Novelista, ensayista, editor, periodista, traductor y poeta, Juan Félix Bellido (Jerez de la Frontera, 1950), nos entrega una colección de poesía bajo el título de
La geografía oculta, en la que se recogen composiciones que abarcan desde 1985 hasta 1995 (Peripecias Libros, Jerez de la Frontera, 2021). Ya antes, este autor había publicado dos poemarios:
El libro de la fuente de los arrayanes (EJE, Jerez de la Frontera, 2000) y el titulado
Y tú y la mar... (Ánfora Nova, Rute, Córdoba, 2003).
La geografía oculta es un enunciado simbólico y ambivalente: por una parte, el término ‘geografía’ alude a la realidad circundante; y, por otra, a la propia interioridad de la voz poética. Además, el adjetivo ‘oculta’ sugiere tanto intimidad como profundidad, conceptos que implican una clara connotación de conocimiento; un conocimiento que no siempre es de fácil acceso; un conocimiento que exige descubrir claves y un esfuerzo de interpretación.
Esta compilación se divide en siete secciones, a las que se añade un prólogo (“De hacedor de versos a bruñidor de días”) y un epílogo (“Y el mosto generoso”) elaborados por el creador, ambos en verso. Los epígrafes de dichas secciones son suficientemente elocuentes en cuanto a sus respectivos contenidos: “De la memoria”, “Del amor”, “De los fantasmas”, “De la distancia”, “De las tormentas”, “De las insidias” y “De los puertos”. Hay, sin embargo, que resaltar la evidente unidad que reviste el conjunto completo de este volumen.
Con un lenguaje trabajado pero sencillo, llano y accesible, en el que domina la moderación retórica y el ideal de lo diáfano, los versos fluyen con suave naturalidad, serenamente, para ir describiendo y a la vez explicando el siempre asombroso fenómeno de la vida en toda su extensión. Pues de la vida, en su más poderosa esencia, tratan los poemas que encontramos en esta obra; de la vida con sus plenitudes, sus contradicciones, sus luces y sombras, sus altibajos, con sus fuerzas que nos impulsan a la búsqueda de la integridad existencial. Estamos, por consiguiente, ante una lírica singularmente vitalista; decididamente abierta a las vivencias que nos hacen sentir esa vibración enérgica en que, a pesar de todo, consiste la vida, siempre orientada, por necesidad intrínseca, hacia una visión de esperanza.
La geografía oculta lleva al comienzo una cita de Rainer Maria Rilke: “Créame: la vida tiene razón en todos los casos”. Desde el poema-prólogo aparecen temas fundamentales que luego se repetirán en los textos sucesivos: el Sur como espacio trascendente de la voz poética, la memoria, la conciencia de la vida o el tiempo. Al inicio de las distintas secciones hallamos fragmentos de poetas andalusíes de las culturas judía y árabe, sobre las que Bellido ha escrito mucho y bien como experto conocedor de la materia. Así tenemos nombres como los de Yehudáh Ha-Leví, Ibn Hazm de Córdoba, Al-Mutamid, Salomón Ibn Gabirol o Abû-l-Fadl Ibn Hassân al-Gassâni. La poesía y, en general, la historia y la cultura de Al-Ándalus persisten como referencias primordiales a lo largo y ancho de toda la producción de Juan Félix Bellido. No podía ser menos en este caso.
La Historia de España y, más concretamente, la de Andalucía están presentes en el apartado “De la memoria”, unida a esa descripción objetiva-subjetiva de la realidad en la que el tiempo es factor imprescindible a través de elementos como la tarde, las luces, los olores o el cromatismo, que aportan una notable sensualidad a los versos a veces en espacios concretos como Ronda, Jerez o Cádiz, prefiriendo un tono que se hace confesional:
Silenciaría mi voz si la memoria / acallase su grito amordazado / y de repente me volviera ignorante. / Pero no puedo hacerlo. El ámbito del yo se funde con lo histórico entre el alba y la noche. Son dos las memorias que aquí emergen, la personal y la universal, desde el pasado al hoy cotidiano.
En “Del amor”, el sentimiento por excelencia que mueve al ser humano se manifiesta mediante una pasión de alguna manera sosegada por la óptica reflexiva:
El eco de mis pasos en tus pasos / y el silencio del monte / que ese gesto convierte en compañía; o bien:
Porque asomé mis ojos a tu espejo, / rescaté mi mirada de la noche / y salí a la ventana / a medir el contorno de la luna. Los paisajes, la atmósfera, la naturaleza, desempeñan una función definitoria de los estados de ánimo: “el viento de levante”, “los esteros”, “hojas amarillas”, “riachuelos”, “los mirtos del patio silencioso de los sueños”, “una playa de verano”, “dunas y pinares”, “aromas de jazmines”. Se establecen paralelismos entre la figura de la amada y el mundo natural:
Tus ojos competían con la bahía / confundidos en el cielo; o
Me abandono a tu risa de pétalos abiertos. En esta división, el intimismo y la confesionalidad se incrementan según una secular tradición poética —la compenetración entre el yo y el tú— desde el símil hasta la metáfora pura, fraguándose una idea de infinitud:
Eres la proyección de lo infinito.
“De los fantasmas” es un capítulo que nos introduce en las fantasmagorías de la memoria: pasado, presente y futuro; todo en el transcurrir del tiempo donde no falta la magia de los momentos:
...en que un instante mágico / te regala una flor / que pronto se marchita; con imágenes que nos remiten a las ilusiones, los espejismos o las quimeras en una persecución del nombre no exenta de vínculos juanramonianos:
Bautizo con tu nombre / esta niebla pesada, / densa, / infranqueable...; un nombre ante el que la voz poética queda absorta:
Me he quedado mudo muchas veces, / y muchas otras pronuncié tu nombre. Las palabras comunes nos revelan las honduras del tiempo, su curso indetenible; pero también un deseo de equilibrio desde la inquietud inseparable de la vida.
En la sección IV —“De la distancia”—, retorna el Sur como ámbito terminante de la esperanza incluso frente a la muerte:
Creo firmemente / en el triunfo mudo de la muerte. / Aún después de una noche tormentosa, / aparece el milagro de la esperanza. En esa espera constante, con tonos melancólicos, siempre el amor será el instrumento para combatir el vacío; y todo lo negativo se convertirá en estímulo para proseguir esa averiguación compensatoria:
Atrapo con mis manos el paisaje, / de pronto el horizonte se me acerca, / y las cimas se hacen alcanzables.
En “De las tormentas”, la esperanza llega a hacerse grito. La vida es, al final, una batalla que exige perseverancia:
¡Que se me lleve el aire el maleficio / de esta noche de fantasmas negros! / ¡Que lo aleje de mí y vuelva el alba!
“De las insidias” es una sección en la que surge una cierta vertiente comunitaria. Apreciamos un componente satírico, como en el poema “Charlatanes, parlanchines y gárrulos”, en el que se critican la rumorología y la maledicencia. “Retrato” es un poema paradigmático en el que se ridiculiza a un personaje enormemente pagado de sí mismo, engreído y envidioso. Es ésta la parte más narrativa del poemario, como corresponde a la temática desarrollada:
Gusta aquí ese siervo amaestrado / que sabe decir sí cuando conviene / no molestar. Lleva camisa limpia, / cuello planchado y sonrisa de pose. [...]
Babosea en la mano cuando besa, / fiel y educado al amo, / y sabedor de cuatro cortedades / pasea por la ciudad su fama / de erudito ridículo / para el que todo sirve si le luce. Se fustiga la hipocresía y las falsas apariencias, y los argumentos adquieren lo que podríamos llamar una dimensión ética y social con una proyección evaluativa del yo sobre el nosotros, con un compromiso moral de carácter colectivo.
Con la última sección —“De los puertos”—, regresamos a los lugares privilegiados de esta
geografía oculta; puertos del Sur ubicados en la tierra que habita la voz poética que no cesa de invocar al amor; puertos que incorporan, emblemáticamente, un destino ansiado:
Eres puerto de amarre y de cobijo / a pesar de este estruendo de olas / que tanto engañan / a los que poco saben de los mares. De esta forma, la poesía se transmuta una vez más en conocimiento y esperanza:
Me parecía un sueño / pero tenía mis ojos / de par en par abiertos; / y aquella débil llama del principio / crecía por momentos / y deshacía la noche para siempre. En el epílogo se materializa, con inusitada luminosidad, este arquetipo que acaba presidiendo el propósito discursivo del libro:
Será tiempo de uvas y hojas pardas / y todos los caminos conducirán a casa.
En conclusión, Juan Félix Bellido ha planteado en esta obra un corpus lírico dotado de gran belleza recurriendo a una lengua inteligible y transparente, sin excesos ni vanas ampulosidades y apostando por una sensibilidad desnuda pero sumamente persuasiva.