El Viernes Santo se vivió en Sevilla con una aparente normalidad que, sin embargo,
dejó sensaciones encontradas. Todas las cofradías hicieron estación de penitencia, el cielo se mantuvo en calma —aunque con cierta amenaza disimulada—, y la Campana cerró la jornada con
apenas 8 minutos de retraso acumulado, todo un logro en el cómputo de una Semana Santa marcada por los sobresaltos. Y, sin embargo, algo no terminó de cuajar.
La tónica general fue
el frío, intenso y persistente desde primeras horas de la tarde y, sobre todo, al caer la noche. Una temperatura inusual para un Viernes Santo en Sevilla, que vació poco a poco las aceras, apagó buena parte del bullicio habitual y dejó estampas de recogimiento… pero también de cierto desánimo. Con abrigos de más, o directamente con el cuerpo encogido, muchos
decidieron no esperar.
A pesar de ello, la jornada transcurrió con orden y sin incidencias destacables… salvo una:
los aforamientos injustificados en distintas zonas del centro. La medida, aplicada por motivos de seguridad según fuentes oficiales, provocó desconcierto, críticas e incluso tensión entre público y Policía Local, especialmente en puntos como la entrada de
San Isidoro, la Cuesta del Rosario o el Arco del Postigo. Lo llamativo fue que estas limitaciones de acceso se produjeron en
un día con afluencia claramente inferior a otros años y a otras jornadas de la semana.
El caso más llamativo fue el de San Isidoro, cuya entrada
se vio completamente sola por momentos, precisamente por las restricciones aplicadas. Una estampa insólita e incomprensible que encendió los comentarios entre los presentes.
En definitiva, un Viernes Santo sobrio y frío, donde las cofradías cumplieron, pero
la ciudad no acompañó del todo. Sevilla volvió a responder con cierto recelo al Viernes Santo, que es de por sí una de las jornadas más brillantes y cómodas de toda la semana, pero en este caso el ambiente no fue el de las grandes noches. La amenaza de lluvia que no llegó, el frío que sí se instaló y una gestión del espacio público más que cuestionable
dejaron un poso extraño: el de una jornada que pasó sin ruido, pero también sin alma.