¡Qué alivio!

Publicado: 24/04/2025
No estamos acostumbrados a que las cosas se acaben, y qué necesario es.
Llegó la Resurrección, llegó el momento culmen para la humanidad, pues creyentes o no, la figura histórica de Jesús de Nazaret marcó el rumbo de los acontecimientos. Sin ir más lejos, su propia existencia marca el conteo de los años. Alegría en la Pascua, Cristo vence a la muerte para salvación de los hombres.

Pero, no nos engañemos, no hay nada más triste que un paseo en la tarde del Domingo de Resurrección. El sonido de los hierros desmontados de las tribunas que ocuparon días pretéritos la Carrera se clava en el alma. El chirriar de los neumáticos por la cera vertida, esa que se quedará ahí hasta que el Lorenzo de agosto la derrita, suena a dolor punzante. Las colgaduras de los balcones gritan desesperadas porque aún falta un año para volver a ondear al viento, o dar capotazos de mal torero, según venga la tarde. Ocurre algo similar la tarde del 6 de enero, o un paseo por el Real de la Feria el último domingo; aunque, claro, esta dura tanto en nuestra ciudad que nadie sabe si viene o va.

Y qué decir de los anuncios de uniformes la última quincena de agosto, con el indigno soniquete tarareando “el final del verano llegó…”. Incluso las propias tardes de domingo, cuando la pena y el desasosiego desbrozan las vivencias de un fin de semana ya muerto y enterrado. El disfrute del instante siempre está vigilado de cerca por el final. El ojo del viviente siempre tiende a salirse de la propia cuenca y echar un vistazo al momento en el que el gozo termine para regodearse en la nostalgia y la melancolía.

No estamos acostumbrados a que las cosas se acaben, y qué necesario es. La naturaleza humana es caprichosa e inconstante, por lo que una eternidad de ocio terminaría con los buenos hábitos labrados en los interesantes días de madrugones, trabajo y esfuerzo. Refería San Agustín en sus enseñanzas que “el ocio es la antesala del pecado”, y como buenos seguidores del Resucitado, no queremos caer en tentación.

No solo los mortales comunes vamos a ser livianos en la disciplina y el comportamiento. Digo yo que ocurriría algo similar en los que ostentan cualquier tipo de poder y se perpetúan en sus cargos. Podría la tentación llevarlos a meter la mano en la caja. Menos mal que eso no pasa, ¡qué alivio!

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