Si yo supiera a dónde vamos a ir a parar finalmente tras esta breve existencia mundana y si pudiera contaros de dónde venimos, para qué y por qué, no dudad que os lo comunicaría ahora mismo en este mismo artículo de opinión, pero no tengo respuesta. Lo que sí os digo no es que jamás habrá respuestas a estas preguntas, sino que hasta la actualidad no las hemos descubierto. La breve distancia entre el “de dónde venimos” y “adónde vamos” es lo que llamamos vida. Si fuéramos conscientes y supiéramos aparcar en su lugar debido la soberbia, el engaño, la envidia, el odio, el resentimiento, el vicio, la pereza, las falsas virtudes y el deseo de subyugar al prójimo, cuando no, de desterrarlo o abolirlo, podríamos adentrarnos sin tropiezos cruentos en el mundo de lo soñado y trasladarlo a la vida real.
Lo primero de todo, ¿en qué medio me hubiese gustado nacer? Si se pudiera elegir hubiera deseado hacerlo en una sociedad bien gobernada, donde mando y obediencia no trataran de desviar el fiel de la balanza hacia su lado. Una sociedad responsable. Esta responsabilidad es conjunta, pero tiene que basarse en la singularidad, es decir, en la responsabilidad individual, donde cada uno tiene que tener, disponer o adquirir mediante la enseñanza la capacidad de bastarse a sí mismo, sin tener que estar delegando de forma continuada las funciones que tenemos la obligación de realizar y cumplir en los demás, debido a la falta de preparación e ignorancia para poder ser eficaz en el puesto que en la sociedad de modo justo o fraudulento hemos alcanzado. No podemos estar siempre en el lado de las preguntas, tenemos que adoptar soluciones, pero el hándicap que esto encuentra es el de la progresiva ocupación de los mandos de organización, administración y distribución del bienestar ciudadano por personas cada vez más mediocres y con mayor inepcia en todos los estamentos del país.
Me hubiera gustado crecer en un país que también pudiera llamarse patria, sin que nadie se escandalizase y donde el/los soberanos y el pueblo tuvieran un mismo proyecto, una única finalidad e interés, que es la mejor de las formas para conseguir esa paz, felicidad y progreso del que tanto demagógica y falazmente se habla.
Vivir libre es nuestra principal aspiración, pero esta libertad no es un libre albedrio, un hacer cada uno lo que quiere, sino que consiste en está sometido a las leyes, a la Constitución de la nación, sin excepciones, es decir, sin que nadie ose vivir fuera de tan preciado yugo, que tanto nos ha costado conseguir y que debemos llevar con orgullo porque muestran el carácter de una civilización avanzada. Ello obliga a que todo aquel que quiera situarse más allá de la ley y mucho menos imponer fuera de ella la obligación de reconocerlo, debe ser desterrado, apartado de la sociedad existente, bajo el riesgo de que la incapacidad o el interés oculto para no hacerlo, deja al ciudadano cumplidor de los deberes que la Carta Magna exige, sometido, cuando no quebrantado o destruido, en su vida ordinaria.
Por todo lo expuesto yo desearía que para que no hubiera cabida para proyectos interesados, mal concebidos o innovaciones peligrosas que las leyes se promulgaran con absoluta imparcialidad y transparencia, sin poder olvidarse a los que verdaderamente son profesionales capacitados -magistrados- y que, tras su promulgación, no pudieran quebrantarse, ni abolirse unas tras otras para crear otras nuevas, porque la antigüedad, como ocurre en otros hechos de la vida, no solo es un grado, sino un motivo de veneración, evitando como hemos vivido recientemente que más que corregir el ansia de promulgar nuevas leyes traiga más males que remedios.
Dos cosas son imprescindibles para poder avanzar actualmente. Hay que poner freno o fin al “victimismo” y al que queramos que nuestra falta de responsabilidad, nuestra pereza, desgana y falta de entusiasmo sean consideradas como situaciones involuntarias e imposibles de tener bajo dominio. Cada vez se suceden más las consultas a los psicólogos buscando que este le dé una explicación que exculpe sus deficiencias. Hay que saber en la “estantería de la vida” qué lugar ocupa cada hecho, para no mezclar “churras con merinas”. Cuando en una empresa ocurre un descalabro económico, no hay que ir con ánimo depresivo a ninguna consulta, sino se debe estudiar cuál ha sido la causa de tal pérdida económica y poner en marcha la soluciones y respuestas a las circunstancias que lo condicionaron.
Es preciso que los gobernantes sepan que cuando acceden al poder y, sobre todo, a los puestos de máxima responsabilidad no es posible, ni debiera admitírsele, que hablara proponiendo o afirmando que solo el ideal de su partido, sea de color rojo o azul, es el único capaz de dar bienestar, cultura y progreso al pueblo, despreciando al eje opositor al que si le fuera posible expulsaría del país. Cuando se es gobierno o presidente se es de todos los españoles, sin distinción por religión, ideal o forma de organización familiar. Hay que olvidar de dónde se procede para pasar a ser servidor de todos y cada uno de los ciudadanos, ricos o pobres, empresarios o empleados, ministros o funcionarios, teniendo en cuenta como premisa fundamental el saber qué tiene que haber una organización tal que el empresario debe obtener beneficios de su empresa, el empleado un sueldo cada vez más digno, el rico la obligación de disponer su riqueza para una mayor rentabilidad del bienestar humano y el pobre no estar conforme con su pobreza de distribución, de subvenciones, sino exigir intervenir en la producción nacional, mediante la consecución de un puesto de trabajo.
Sería muy deseable que la instituciones y empresas de todo tipo de la nación hubiera un lema, grabado con letras de oro de
Aquí o se tiene valía o se dimite, pero esta última palabra está prohibida por decreto, no escrito, de los dirigentes del país.