Los dispositivos portables como los relojes inteligentes se han convertido en extensiones casi invisibles de nuestro cuerpo. Más que una simple herramienta, el smartwatch es ya un
sensor de datos constante que, con su precisión casi quirúrgica, registra pasos, frecuencia cardíaca, ciclos de sueño, niveles de estrés y hasta el oxígeno en sangre.
Pero en este contexto de
hipermedición cotidiana, surge una pregunta tan científica como humana: ¿puede el exceso de datos estar interfiriendo con nuestro bienestar mental, emocional y fisiológico? La respuesta, para Serge Eliseeff, experto en comportamiento digital y CEO de Online Free Games, es rotunda: sí, y hay momentos del día en los que
deberías dejar de llevar el smartwatch si realmente quieres cuidar tu salud.
Lejos de ser un manifiesto contra el avance tecnológico, este análisis parte de una premisa fundamental:
el cuerpo y la mente también necesitan pausas digitales. Según Eliseeff, el primer momento en el que deberíamos quitarnos el reloj es durante las comidas.
La razón es fisiológica y psicológica. Cuando estás comiendo, tu sistema nervioso parasimpático necesita activarse para procesar adecuadamente los alimentos. Si la muñeca vibra o recibes notificaciones, el sistema simpático —asociado al estrés— se activa, interrumpiendo el proceso digestivo. Además,
permanecer conectado mientras comemos nos aleja de la experiencia plena y social del acto de alimentarnos, generando una desconexión interna sutil pero poderosa.
Otra ocasión crítica es durante el tiempo libre al final del día. Aunque pueda parecer útil medir los pasos en un paseo relajante, el experto advierte que esto puede mantener al cerebro en un
estado de alerta constante, como si aún estuviéramos “rindiendo cuentas” a un algoritmo. Ese momento que debería ser de descanso se convierte, sin darnos cuenta, en
una continuación del esfuerzo productivo, esta vez con ropaje de bienestar.
El descanso nocturno también entra en juego. Aunque muchos usuarios confían en su reloj para analizar la calidad del sueño, Eliseeff señala que, paradójicamente, este hábito puede resultar perjudicial para quienes son sensibles a las microvibraciones o a la luz azul de la pantalla.
Dormir con el smartwatch puede afectar el ritmo circadiano y la calidad del sueño profundo, transformando un aliado digital en un factor de insomnio o fatiga residual.
Y por último, están los momentos sociales. En una conversación íntima, una cena en familia o una reunión importante, una vibración puede parecer irrelevante, pero en términos de
atención plena y conexión interpersonal, es una interferencia. Lo que empieza como una notificación puede terminar en una desconexión emocional. Según Eliseeff,
estas interrupciones rompen el flujo emocional y el vínculo humano, sustituyendo el presente por la urgencia de lo digital.
Más allá de estos cuatro momentos clave, el experto plantea una reflexión más amplia sobre el uso intensivo del smartwatch: “Hemos convertido actos tan naturales como caminar, descansar o simplemente estar quietos en actividades que debemos
optimizar y cuantificar constantemente. Eso genera una ansiedad invisible, una presión interna que no percibimos de inmediato, pero que va minando nuestra salud mental”.
La adicción a cerrar anillos, alcanzar metas y cumplir objetivos diarios puede terminar provocando lo contrario a lo que se busca:
estrés digital, fatiga mental e incluso dependencia emocional del dispositivo.
Además, aunque los relojes inteligentes emiten campos electromagnéticos de baja intensidad, algunos estudios preliminares señalan que
una exposición prolongada a estos estímulos, aunque sutiles, podría tener efectos neurológicos en personas hipersensibles.
No se trata de alarmismo, sino de aplicar el principio de precaución y entender que
el descanso tecnológico también forma parte de una salud integral.
En un mundo hiperconectado, dejar el reloj sobre la mesa no es un acto de descuido, sino de consciencia. Renunciar a esas pequeñas interrupciones es
recuperar el silencio, la calma y el control sobre nuestro tiempo interior. Es volver a estar, sin relojes, en el ahora.