Los adolescentes que son víctimas de ciberacoso tienen a convertirse en ciberobservadores e incluso agresores seis meses después. Ser cibervíctima, ciberagresor o ciberobservador en un momento dado predice continuar siéndolo en el futuro.
Ésta es una de las conclusiones de un estudio elaborado por la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), junto con investigadores de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), en el que han participado 1.052 estudiantes españoles --43,7% chicos y 56,3% chicas-- de edades comprendidas entre los 11 y los 17 años, procedentes de 12 escuelas en siete regiones diferentes de España.
El estudio muestra que los tres roles principales en el ciberacoso (cibervíctima, ciberagresor y ciberobservador) tienden a estabilizarse en el tiempo. Esta cronificación de los roles sugiere que el ciberacoso no es un evento aislado o esporádico, sino que puede arraigar en las dinámicas sociales de los adolescentes, incluso en sus relaciones fuera del contexto online, según constata el trabajo de invetigación.
La investigación está enfocada en el papel de quienes presencian el ciberacoso (ciberobservadores o ciberbystander) y se ha realizado en tres fases con aproximadamente seis meses de diferencia entre cada una y ofrece una visión sobre cómo interactúan los tres roles y se mantienen estables a lo largo del tiempo.
El estudio revela que el ciberacoso no es solo un evento ocasional, sino que a menudo se arraiga en las interacciones sociales de los adolescentes y que se mantiene en el tiempo perpetuándose en algunos casos como una forma estable de violencia entre iguales.
Esta persistencia se puede explicar por diversos factores y, según las conclusiones de los autores del estudio, las experiencias de ciberacoso pueden inhibir el desarrollo de habilidades sociales de los adolescentes, lo que "dificulta que se relacionen adecuadamente con sus pares y fomenta estilos de interacción disfuncionales, que aumentan la probabilidad de futuras cibervictimizaciones".
Por otro lado, la ciberagresión se mantiene en el tiempo porque las particularidades del entorno digital, como el anonimato y la accesibilidad de los ataques, pueden "empoderar al agresor". Si un ciberagresor busca visibilidad, poder o estatus, puede lograrlo intimidando a otros, y el apoyo público (o la falta de desaprobación) puede reforzar estas conductas. Además, la complicidad de los ciberobservadores puede ayudar también a reforzar la conducta del ciberagresor, según el estudio.
Respecto al ciberobservador, los adolescentes que presencian el ciberacoso y no intervienen tienden a mantener esta conducta. Este comportamiento puede ser explicado por "el miedo a convertirse en la próxima víctima, sobre todo si perciben una baja capacidad para ayudar a quienes son acosados".
Otro de los hallazgos del estudio es que la cibervictimización en un momento dado predice tanto la ciberagresión posterior como la ciberobservación. "Esto significa que ser víctima de ciberacoso puede llevar a los adolescentes a convertirse en ciberagresores o ciberobservadores de la violencia hacia otros", sostienen los investigadores.
Esta dinámica se explica por la naturaleza de las tecnologías para la relación, la información y la comunicación (TRICs). "La dificultad para identificar al agresor y evitar represalias puede generar una percepción de falta de responsabilidad, llevando a que la víctima, como medio de venganza o como intento de obtener poder y estatus, termine perpetrando ciberacoso", advierte el estudio.
ESTRÉS PROVOCADO POR LA VICTIMIZACIÓN
Otra advertencia pone el foco en el estrés derivado de la victimización, que puede conducir a una "interpretación hostil de otras situaciones sociales, lo que a su vez puede derivar en ciberagresión, incluso si no está dirigida al agresor original".
"Este hallazgo es crucial, ya que subraya la naturaleza cíclica de la violencia online y la necesidad de abordar la cibervictimización como un factor de riesgo. La violencia engendra violencia y es necesario parar este círculo", ha explicado la investigadora del Instituto de Transferencia e Investigación de UNIR, Raquel Escortell Sánchez, primera firmante del trabajo.
"Al comprender que la cibervictimización puede ser un trampolín hacia la ciberagresión y la ciberobservación, podemos preparar mejores estrategias de prevención e intervención. En el futuro, es sumamente importante ahondar en los subroles del ciberobservador, porque debe haber diferencias entre los que defienden a la víctima, los observadores pasivos y los pro-agresores", ha indicado Joaquín González-Cabrera, director del grupo Ciberpsicología de UNIR, que llevó a cabo el estudio.
A tenor de la estabilidad de los roles y la predictibilidad de la cibervictimización sobre la agresión y la pasividad, los investigadores consideran fundamentales la alfabetización digital y prevención de riesgos online, promoviendo el uso seguro y responsable de Internet desde edades tempranas es esencial para reducir la cibervictimización. Esto incluye enseñar a los adolescentes a proteger su información personal, identificar y evitar situaciones de riesgo, y saber a quién acudir en caso de acoso.
Otra de las recomendaciones es el fomento de la "empatía y la autoeficacia de los observadores" con programas de prevención para que los adolescentes comprendan el impacto de sus acciones (o inacciones) y se sientan empoderados para intervenir activamente en defensa de la víctima o para denunciar el acoso.
Asimismo, se considera necesario implementar estrategias que ayuden a las víctimas a manejar su frustración y enojo de manera constructiva, ofreciéndoles alternativas saludables a la agresión. "El apoyo psicológico y las herramientas para la resolución de conflictos son clave para romper el ciclo de violencia".
Otra de las recomendaciones son las intervenciones tempranas y continuas, abarcando diferentes etapas de la adolescencia. "No basta con una campaña puntual, se requiere un compromiso a largo plazo para fomentar un entorno digital seguro y respetuoso".
Asimismo, se propone trabajar para que los observadores se conviertan en defensores de la víctima y se garantice un entorno que proteja pacíficamente a la víctima con apoyo social y empatía que reduzca el refuerzo hacia el ciberagresor.