Hiede a carne quemada. Medio Oriente y África se miran, tristes, en un mismo punto. Hay sangre. Todo sabe a óxido y azufre y a grito. Del subsuelo brotó petróleo y se olvidaron del mijo, sorgo y trigo. Una bomba alcanza un autobús cargado de infancia en la provincia yemení de Saada. Faizán tiene cuatro años y va a morir. Sus ojos son cristales de arena, sus manos hechas de regadío. Sus ropas son polvo y jirones… Pero qué importa. Sus sueños, su alma y su cuerpo se venden por kilo. A unos pocos kilómetros, entre escombros y lágrimas, la madre se agarra el pecho, aprieta los puños y con el rostro compungido se deja vencer por la desgracia. Riad sonríe y sube la bolsa en Madrid.
Madrid. Una nube de micrófonos capta la simpleza de la portavoz del Gobierno, Isabel Celaá, al asegurar que aunque el contrato de venta de armas a Arabia Saudí no especifica que las bombas no vayan a ser utilizadas contra la población civil en el conflicto en Yemen, son “láser de alta precisión” y no se van a equivocar “matando yemeníes”.
Barbate. Lo leo. Me sangran las yemas de los dedos. Abandono el teclado. Me levanto. Entro en el cuarto de baño. Vomito.
Son bombas de precisión. No matarán yemeníes, matarán arcoíris, matarán margaritas que se deshojan, matarán ladillas. Pienso en qué regalarte estas navidades, querida Isabel, y me debato entre un kalashnikov que no mata oscenses o quizás sea mejor un máster sobre la importancia de tener dos dedos de frente. Pero no estás sola, te apoya Borrell y Sánchez, y muchos más… de derechas, de izquierda, unos con traje, otros con turbantes, otros que rezan a Alá, a Jesús o Jehová… los hay que hablan chino, otros inglés, los hay cocainómanos, también gordos, flacos, fumadores de puros e incluso calvos. Su común denominador, su especialidad, ponerle precio a la vida, a los sueños, a las almas y a los cuerpos. Llenarse los bolsillos a costa de tus gritos.
A estos, y estas, que te acompañan Isabel, a estos y estas que mueven las oscuras cuerdas de tu ser hecho marioneta, les encanta jugar al pobre contra pobre y tiro, con bala, porque me sale de los mismísimos cojones ( u ovarios, porque el dinero no tiene género y la avaricia tampoco). Son dos mil millones de euros en billetes de diez. Son horas de trabajo. Son nóminas, tranquilidad en la mesa, por nuestro sudor. Sudor que viajará por mar, adherido a la proa de una de las cinco corbeta con diez cañones por banda viento en popa a toda vela y sembrar dolor y dolor por donde ellos siempre quieran. Y lo sé, un yemení, si pudiera, haría lo mismo, primero el pan y el futuro de la familia, después ya veré qué demonios hacen con las gotas que humedecen mis sienes. Pobre contra pobre, y el premio gordo para los que rellenan las sombras.
Que Arabia Saudí es una dictadura, lo sabe hasta el Tato. En Riad se pasan los derechos humanos por el forro aunque reluzca el blanco del thawb, esa kandora que no viaja en patera y les abre las puertas hasta del Palacio de la Zarzuela. Ellos tienen algo que tú quieres, ellos tienen algo que todos quieren… No es bondad, es dinero, mucho dinero, prácticamente el producto interior bruto del alma de los gobiernos que rigen el país de la honradez perdida. Y petróleo, mucho petróleo… mi agua caliente, mi desplazamiento en coche, mi botella de plástico, las suelas de mis zapatos… lo sé, lector, no soy imbécil, no solo estoy vendido, es que me vendo barato.
Por eso, seamos claros, querida Isabel, seamos claros. No nos mintamos. Estamos vendidos. Todos tenemos un precio, lo supe antes del estreno de una Proposición Indecente. ¿No me crees? Te regalo mis dos dedos de frente pero hazme una cuenta, una sencilla cuenta, a cuánto está el kilo de estertor inocente, a cómo sale en el mercado el grito apagado de un niño muerto, pero sobre todo, quién te paga para que me insultes diciendo que esas bombas no matan yemeníes… ¿Acaso me tomas por lerdo? Quizás lo sea, es cierto, pero es que no me creo que exista una puta Magnum 44 que no mate cerdos, dragones tuertos, ni políticos que vivan en congresos y parlamentos. Un arma que solo mate virutas de pan de oro que se las lleva el viento.