Es frecuente leer y escuchar a los analistas políticos de nuestro país opinando sobre la importancia del voto ideológico. El sentimiento de pertenencia a una corriente ideológica, a un movimiento político es, sin duda, un factor determinante a la hora de tomar la decisión final de a quién votar en unas elecciones. En la mayoría de los casos existe una concordancia entre como se ve uno mismo y como vota, como reafirmación de la propia personalidad y como proyección de como uno entiende la vida y la política. En otros casos el voto se utiliza como un ancla para sentirse parte de una comunidad de estatus determinado. Votar a un determinado partido en comunidades pequeñas o cerradas sirve para consolidar la seguridad de pertenencia a un determinado grupo garantizando así su sentimiento de referencia grupal.
El voto racional es fundamentalmente un voto ideológico, pero el voto ideológico se puede desactivar por emociones negativas. De entre todas las emociones negativas la que parece movilizar más al electorado son la ira y la ansiedad, por encima del miedo, la tristeza o la inseguridad. La Teoría de la Inteligencia Afectiva de la ciencia política propone un camino interesantísimo para que entendamos lo que ha sucedido en las recientes elecciones generales del 10 de noviembre. Una buena parte de los votantes desarrolla un afecto o apego a un partido político concreto que puede mantenerse como sentimiento partidista a lo largo de mucho tiempo lo que facilita su decisión de voto en muchas elecciones. Pero para la mayoría de los votantes las elecciones son “siempre lo mismo”, máxime si se repiten a los pocos meses como en nuestro caso, y las contiendas electorales, los partidos políticos y los candidatos les parecen que repiten clichés y propuestas.
Ahora bien, si la mayoría de los votantes suele votar a un mismo partido o al menos dentro de un mismo bloque ideológico ¿qué puede provocar que no vote como hacía habitualmente?
Muchos votantes ideológicos siguen votando a sus partidos incluso cuando detectan incongruencias o debilidades latentes en sus candidatos frente a candidatos de otras fuerzas políticas porque el partido o el sentimiento de pertenencia a esa idea general sobre cómo debe ser la política en general y las políticas en particular (igualdad, educación, sanidad, etc.)pesan más que el debate concreto de esas elecciones. Pero el elector puede cambiar su forma de decidir el voto, incluso a pesar de lo anterior y de haber votado a un partido durante muchos años. Aquí es donde tenemos que introducir el concepto de “sistema de vigilancia”.
Cuando el sistema de vigilancia se activa, la forma en la que el votante decide su voto también puede cambiar. El sistema de vigilancia es un mecanismo de autoprotección que nos pone en alerta y nos activa cuando aparecen sensaciones y emociones negativas como la ansiedad o la ira.
El sistema de vigilancia activado supone poner al votante frente al mundo exterior, sobre las amenazas que ponen en peligro su seguridad y su concepción del mundo en el que vive. Cuando sentimos peligro ponemos más atención en el mundo exterior, por tanto, también en lo que sucede en la política, en la campaña electoral y en los mensajes de otros candidatos.
Un estudio realizado en EE.UU.en 2007 sobre las deserciones o cambios de votos entre demócratas y republicanos en la Guerra del Golfo señaló que cuando un elector detecta cierta ventaja en el candidato de otro partido, distinto del que vota habitualmente, y se siente emocionalmente inquieto o activo, es muy probable que decida cambiar su voto. Cuando el sistema de vigilancia no se ha activado, cuando el votante no siente ansiedad, ira o miedo, es menos probable que estas ventajas sean suficientes como para empujarlo a cambiar de voto.
En las recientes elecciones del 10 de noviembre la activación del voto emocional y del “sistema de vigilancia” en un buen número de votantes ha sido un factor determinante en el crecimiento del voto a VOX. Los graves acontecimientos sucedidos en Cataluña tras la sentencia del 14 de octubre han sido el activador. Un buen número de votantes han experimentado ira o ansiedad por todo lo sucedido. El manejo y la inclusión en la campaña electoral de otros activadores del miedo y de la ansiedad como han sido los supuestos excesivos derechos de los inmigrantes o los sucesos en los que se implicaba a grupos de “menas” han sido parte de la información amenazante que ha contribuido a la activación de ese sistema de vigilancia y, por tanto, a la puesta en marcha del mecanismo de evaluación del mundo exterior, de lo que está pasando. Muchos votantes del Partido Popular, de Ciudadanos, pero también del PSOE o de Unidas Podemos en menor medida, se han sentido emocionalmente inquietos por los acontecimientos. La información amenazante que han ido recibiendo les ha puesto en modo de vigilancia activa y esto ha provocado el aumento del interés por los mensajes de VOX, al fortalecerse la necesidad de atender al candidato que mejor correspondía a sus emociones y miedos.
Las emociones son un factor muy importante en la decisión electoralcuando “se despiertan” y activan sentimientos de ira, miedo o ansiedad, como ha ocurrido incluso entre votantes fieles del Partido Popular o, en menor medida, del PSOE. Por tanto,
no parece conveniente menospreciar la capacidad de crecimiento de VOX –también entre los votantes del PSOE- en un entorno político aún por vislumbrar y aclarar, pendientes de acontecimientos y decisiones que están en manos de algunos dispuestos a tensar la cuerda hasta romperla, tal y como está ocurriendo en Cataluña. Ya hemos podido comprobar la
transversalidad del voto de VOX en estas elecciones: ha sido el segundo partido más votado en muchas de las secciones censales más deprimidas social y económicamente y ha crecido tanto en votantes con pocos estudios como entre los universitarios.
VOX tiene un inmenso granero afectivo y emocional por explotar y a buen seguro que lo va a hacer.