Comienzo este artículo con el aviso de que estas líneas pueden contener contenido sensible, emulando a las redes sociales que nos censuran aquellas imágenes que nos pueden ofender o molestar. Como si la inteligencia artificial y los algoritmos pudiera distinguir nuestros sentimientos. Siento decirles a los matemáticos censores que no van bien encaminados, y que para mí, una media verónica de Morante, ni es contenido sensible ni ofensivo. Déjennos a los internautas que decidamos que ver o que no, y a quien seguir y quien no, y no anden con experimentos sociales de otras épocas.
Y mi advertencia es porque me gustaría recordar otro experimento, el que desarrolló el doctor John Calhoum en los años 60 que analizó el comportamiento de los “Ratatuille”-así es como llama mi amiga Nelly a los roedores por la aprensión que le producen- y que tuvo unos resultados inesperados para los investigadores.
El experimento que comenzó con 8 ratones en 6,5 m2, acabó en una masacre de cientos de ellos muertos. A las cuatro parejas de ratones se les ubicó en un verdadero paraíso para ratones. Comida ilimitada, agua, un espacio confortable, y lo más importante, ningún depredador, ni trampa, ni inhibidor ultrasónico que pusiera en peligro su vida. Todo ideado para vivir tranquilamente sin que tuvieran que realizar el mínimo esfuerzo. En poco tiempo la población se duplicó y creció; 10 ratones a 20, luego 40, después 80... hasta llegar a 620 roedores. Y aquí empezó el problema: conflictos sociales, problemas en la reproducción y hembras autoaisladas, que llevó a la desaparición de la colonia en menos de 5 años. Autodestrucción.
Y no es que vayamos a comparar a los ratones con los humanos, y menos con los niños, pero lo que sí está más que demostrado es que si los humanos no tenemos la necesidad de estar alerta, la necesidad esfuerzo y del sacrificio, no avanzamos. Y esta conclusión, que tenemos todos interiorizada en la teoría, no hay quien la ponga en marcha en la práctica.
Mamás, los niños no encogen si les cae un poco de agua, ni desfallecen si tienen que pegarse una caminata, y por favor, con 18 años tienen edad más que suficiente para registrar su matrícula en la Universidad. Colas bochornosas de padres se han visto a la vuelta de las vacaciones.
Y en esta línea, me sorprende la deriva paternalista que se está desarrollando desde el Ministerio de Educación y Formación Profesional y que se puso de manifiesto hace unos días en la comparecencia de la nueva ministra en el Congreso. “Los niños no van a sufrir a la escuela” o la relativización continua de la evaluación numérica o la restar importancia a pasar de curso con asignaturas suspensas, fueron algunas de sus exposiciones, que me hicieron recordar el ensayo del doctor Calhoum. ¿Estamos educando a niños incapaces? Desde las leyes educativas es necesario que los valores del esfuerzo, el sacrificio y la excelencia han de ser incuestionables, y no son contrarios a que ningún niño que esté dispuesto a trabajar y dará lo mejor de sí y se quede atrás. No demos pie a quienes nos gobiernan a desarrollar policías educativas que terminan con el nivel necesario para que nuestros hijos sean adultos responsables y válidos. Dejemos el experimento universo 25 anclado en los 60.