A mis Madres

Publicado: 17/05/2025
Autor

Fernando Arévalo Rosado

Médico. Colaborador en Viva Barbate, Radio Barbate, Portal de Cádiz, SER deportivos, Onda Conil y Canal Sur (Salud al día)

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Fernando Arévalo Rosado ofrece consejos y actualidad de salud sin jerga médica

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El amor infinito, el perdón sincero, la servidumbre llevada a sus máximos niveles...
Hace poco celebramos el día de la madre, un día alegre para muchos, pero también triste para los que por desgracia ya no tenemos a una persona tan importante en nuestras vidas como es una madre. El amor infinito, el perdón sincero, la servidumbre llevada a sus máximos niveles hacia los hijos, el querer incondicional, la valentía a cada paso, muchos son los valores que atesora una madre y que demuestra, desde que engendra un hijo/a, hasta que ya no la vemos. Digo ya no la vemos porque las madres son eternas no nos abandonan nunca y es casi la primera palabra que aprendemos y la que más fácil pronunciamos: MAMÁ (del latín mamma, que significa tanto mamá como teta de ahí el término de mamar, o del francés mamam) y madre procede del latín mater, con más de 15 acepciones en el Diccionario de la Lengua Española. Madre también se usa para nombrar quién o qué da origen a una cosa, como célula madre o lengua madre.

El año pasado hablaba de las madres en general y algo de la mía en particular. Hoy quiero ir más allá y rendir homenaje a aquellas madres de nuestros amigos que siguen inolvidables en mi memoria y que me trataron como si fuera otro hijo más. Mis primeros recuerdos vienen de la salida del colegio, en mi caso XXV años de paz y actual Maestra Aúrea López, acompañado de mi amigo/hermano Manuel Malia (Manolito), hijo del ilustre D. Manuel Malia Bernal. No sé si por nuestras charlas amenas de batallas o anécdotas del colegio o por únicamente la necesidad de hablar y jugar, acabábamos en su casa o en la mía en múltiples ocasiones. Allí nos esperaba Manoli y su tía Carmen con la primera pregunta obligada: ¿sabe tu madre que estás aquí? y antes de contestar ya me había ofrecido un teléfono modelo góndola amarillo que destacaba en la cocina. Los dos emocionados por la buena tarde que comenzaba, nos lavábamos las manos y sobre una mesa circular beige, aparecían platos de puchero colmados hasta arriba. Yo me regocijaba mientras veía como mi plato era el más colmado que casi competía en tamaño y generosidad alimentaria con el de Manolito. Un abanico de colores entre zanahorias, apio, puerros, patata, arroz y algún que otro garbanzo rellenaban un plato Duralex que humeaba y desprendía un delicioso olor que inundaba la sala. Muy cerca de él y próximo a los demás comensales no faltaba la "pringá", colocada estratégicamente en una fuente ovalada de cristal que todos mirábamos deseosos de mojar con el pan de la panadería de Benítez que salía en cantidades extraordinarias de la bolsa de tela que colgaba en la alacena. Cuando pensabas que el puchero estaba riquísimo y no habría nada mejor, ese pan recién horneado, crujiente y con un gran migajón (nada que ver con el que se vende ahora) suponía el excelente complemento para deleitarse con la "pringá" del puchero. Con el estómago repleto, las preguntas parecían de locos, pero siempre aparecían: ¿te pongo más?, ¿te has quedado con hambre?, ¿seguro?. Era una de las consignas de aquellas madres, que lleguemos a nuestras casas saciados siempre. Luego con el paso de los años, el instituto y la universidad, empezó otro cambio de "casa adoptiva" y pasaba mis ratos en casa de Juana, la madre de José Manuel Jurado, una familia marinera acostumbrada a ofrecer lo poco o mucho que ese día hubiera. Siendo Manuel, el padre de mi amigo, cocinero de barco, entenderán ustedes que el pescado y los buenos guisos abundaban en esa casa y un invitado como yo daba buena cuenta de esa excelente oportunidad. Allí veía los partidos del Cádiz, que aunque eran en contadas ocasiones por la audiencia basada en el Madrid y el Barcelona, encima suponían en la mayoría de los casos una derrota del cuadro cadista. Ahí es donde los embutidos, las bebidas y los guisos cumplían su función del dicho popular "las penas con pan siempre son menos". A todo eso se sumaba la sencillez, que hacía que te sintieras como en tu propia casa, haciendo uso de todo lo que disponían como uno más de la familia

Hoy sigo viendo en mis hijos ese cariño de sus "tíos adoptivos" en esas casas de Valentín, Charo, Luis, Chorvi, Picazo, María Luisa o el Morito que quieren a mis hijos como a los suyos y he pensado que ellos y ellas también merecen mi recuerdo en este día tan bonito como es el de la madre. Gracias a todas.

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