La capital mundial del atún de almadraba

Publicado: 17/05/2025
Autor

Manuel Varo Pérez “Ica”

Autor que cantara a su pueblo por carnavales y escribiera parte de su historia en Barbate Información, Trafalgar Información y Viva Barbate

Tambucho y Emparrillao

Narrador empedernido de un paraíso llamado Barbate, donde la naturaleza se distingue por su belleza

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Todo lo relacionado con la almadraba pasaba ante nuestros ojos con la misma lejanía de su desconocida historia...
Existen indicios de que las factorías de salazones en Barbate eran más antiguas que el propio pueblo. Desde hace mucho, a los trimestres primaverales les llamaban “meses del atún”. Se mezclaban los acentos. La mayoría de los capitanes procedían de Levante. El “ajeira” conileño se conjugaba con el “¿que díiice?” de La Higuerita, o la dureza fonética de los leperos.

Los exiguos jornales de los almadraberos, en sus horas de descanso, los hacían depredadores de cualquier brote de vida que se diera en río o playa, lo que al parecer compensaba el periodo de trabajo lejos de sus hogares. Quizás fueran los raquíticos jornales los que alejaban a los barbateños de tan milenaria tradición, olvidándose del acervo cultural de fenicios y romanos, quedando en segundo plano para los barbateños. Tanto, que de este viajero milenario cada vez había menos información. Y, aun siendo una actividad importante que daba trabajo a muchas personas, pasó a ser gestionada por el Consorcio Nacional, y su tercer apellido (almadrabero) fue relegado a la chanca, el real, y la venta tradicional del atún de almadraba en el mercado.

Todo lo relacionado con la almadraba pasaba ante nuestros ojos con la misma lejanía de su desconocida historia, enriqueciendo tan solo algunos platos de nuestra gastronomía popular, incluso con menos solvencia que: fideos con caballa, bonito curao, boquerones fritos o sardinas asás. Lo mismo ocurría con las categorías en actividades laborales. No era igual un almadrabero que un marinero. También las estivadoras quedaban en segundo plano comparadas con otras labores femeninas.

Tan milenaria actividad, como zozobrados corchos que delimitaban el bichero de tierra, cada vez más se alejaba de la playa. Solo los niños, como pececillos chapoteando, se acercaban a la rabera. El arte de la almadraba se perdía en un mar de dudas, quedando anclas, amarras, corchos y redes confiscados en el Real de la Almadraba, que, como la chanca, parecían embajadas de los pueblos de Poniente.

Cualquier otro pueblo hubiera desarrollado la tradicional herencia fenicia o romana que, en cualquier playa, calle o descampado, brotaba de sus entrañas. Legado de viento, sol y sal, encerrado en latas, barricas de ijar, hueva o mojama. Pero las primaveras de “viento de atunes”, al igual que las fábricas de conserva, quedaron a sotavento cuando se avistara en las costas africanas otra apuesta de futuro: el “cerco y jareta”.

Invadían inmensas latitudes cuando todavía la mar no tenía dueño. ¡Qué ilusos! Acometían abominables exterminios con los hijos de la mar; no había lugar en la profundidad del sol que se librara de las circulares trampas de cerco y jareta. La dinamita rompía en mil estallidos la tranquilidad cristalina, levantando bancos de cadáveres que, desnudos, viajaban a la deriva. Ignorante sinrazón que tendría graves consecuencias para la procreación de las especies marinas y el futuro de los que la crearon.

Qué pena que las neuronas de armadores y marineros, más pendientes del desguace y de los sueldos de Bruselas, desguarnecieran las industrias conserveras, santo y seña de mi pueblo. Gracias a Jesús Martínez, gaditano emprendedor que, con el nombre de “La Barbateña”, despertara a adormecidos industriales para poner en ruta nuestros productos de la mar, y que, por lo menos, Barbate se conozca como: “Capital Mundial del Atún de Almadraba”.

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