Cuando escribimos intentamos inyectar toda la fuerza a los sustantivos y vemos el colorido y la textura de nuestros textos en el manejo de los adjetivos. Pero tal vez una de los mayores artes de la literatura y de las grandes dificultades para quienes juntamos y combinamos palabras sea el uso de los tiempos verbales, como y cuando estamos narrando algo, en presente, en pasado o en futuro, y como queremos que lo entiendan nuestros lectores.
Con frecuencia y sobre todo cuando no tenemos ni queremos decir algo más hablamos del tiempo con nuestros interlocutores, pero explicar el tiempo en un relato o una narración es mucho más difícil, pues se mezclan el tiempo del escritor, el del lector, el de los personajes y el del propio discurso.
No es tarea fácil para quienes nos dedicamos al arte de escribir, controlar los tiempos verbales, saber mezclarlos adecuadamente, acelerar o frenar las acciones, precipitarlas o apaciguarlas. De tal manera que podemos hacer de nuestro lenguaje algo interesante o insufrible y aburrido.
Cierto es que existen a la hora de contar historias y de jugar literariamente con el tiempo diferentes velocidades. No es lo mismo estar narrando una persecución, en la que han de predominar frases cortas y llenas de verbos en movimiento, que un paseo por una de las alamedas de nuestros pueblos recreándonos en los detalles y en los mínimos movimientos de los personajes.
A veces cuando intentamos describir una realidad ficticia, el tiempo se nos escapa de las manos, y ni es lineal ni rápido, ni lento, ni circular, sino que parece que se ha volatilizado y los protagonistas de la historia que estamos contando es como si vivieran un instante eterno.
Es como los protagonistas vivieran un tiempo irreal e imaginario, en que expresan sus deseos, sus inquietudes, sus miedos y sus pesadillas. , pero también en el que tienen cabida lo que les hubiera gustado que sucediera, y en el que se pueden ver reflejadas sus anhelos y temores.
Los que manejamos el lenguaje para jugar o para decir algo, sabemos que en unos minutos puede ocurrir algo apasionante; que como decía Pepe Marchena en sus cantes “ni somos el diablo““ni Seneca en el saber”; pero no podemos perder de vista que el interés de un hecho extraordinario no reside en sí mismo como en su relación con otros hechos.
Si comenzar una historia es una tarea apasionante, escribir su desenlace es emocionante, ya que hemos de manejar muchos tiempos y tener la habilidad de insertarlos unos con otros. , saber detenernos para mantener el enigma y acelerar para resolver las incógnitas.
Y entre viajes irreales, acciones fantásticas, va nutriéndose un argumento que no conocíamos, un sueño que no pensábamos vivir, y un desconocimiento del futuro que puede conducirnos a la confusión y la incertidumbre.
Habían transcurrido cuarenta años, ahí es nada, pero tenía la sensación de que había pasado muy rápido, pero el continuaba aunque muchos durante estas cuatro décadas se hubieran marchado. Todos habíamos cambiado, menos la tienda de Antonio, que seguía allí en mi barrio.
Era finales de 2018 , y algo inmaterial permanecía en su corazón, era algo que no podía definir con palabras, pero que de forma invisible le recorría todo el cuerpo, de pies a cabeza, y lo llenaba de una sensación extraña, entre energía y vitalidad, como si de una portada de Feria se tratara llena de luce de colores.
Hoy estoy frente a mi casa de la infancia, en mi calle, en mi barrio, en mi pueblo, pero ni lo recuerdo ni me reconozco.,