El pasado miércoles, viví uno de los momentos más amargos de mi vida.
Mago era un labrador a punto de cumplir 13 años, pesaba 42 kilos, tenía displasia, artrosis y unas alergias que le hacían tener picores por todo el cuerpo. Su existencia se había tornado en agonía, teniendo que tomar la decisión más dolorosa aún siendo la mejor posible. Alargar su vida más habría sido egoísta y cruel. Todo lo contrario que la vida que se le dio en mi casa.
No me gusta demasiado compartir momentos tristes en las redes sociales o en medios de difusión en general, pero era la manera de hacérselo saber a mis allegados desde la distancia. Un vídeo corto, con una canción en concreto que lo daría a entender: nada menos que
Espera en el cielo, de
Mago de Oz (el grupo por el que tenía ese nombre). Así evitaba comunicarlo una por una a las personas que tenían que saberlo sin tener una tortura en el goteo de mensajes.
Siempre hay personas que te abrazan con sus palabras y te ofrecen consuelo. Pero no falta el que te dice que sólo era un perro y que no tardarás en tener otro. Ya tengo a
Kimba, una perrita que adopté hace casi tres años. Pero el vacío que ha dejado
Mago es el suyo, el de su presencia alegre y juguetona que los años y las dolencias habían mermado aún sin poder hacerla desaparecer del todo.
Mago hacía honor a su nombre, cogiendo cualquier pena y haciéndola desaparecer. Sabía cuándo sus humanos necesitábamos un lametón, una monería que distrajera las mentes de los avatares cotidianos... Y aunque haya quien ridiculice este vínculo entre un perro y su familia usando la palabra
perrhijo, lo cierto es que Mago siempre fue, y será, mi niño de peluche.
Hoy mismo, en el supermercado, escuchaba a dos personas hablando de todo y de nada,
arreglando el mundo, como se suele decir. Llegó la frase manida: "es que se trata mejor a los animales que a las personas". No me cabe en la cabeza eso cuando, al mismo tiempo, reconocemos con frecuencia que son una compañía más leal y pura que la de muchas personas. No es sólo el vínculo del animal con
quien le da de comer y lo cuida... es mucho más. En la provincia de Cádiz conocemos la historia de
Canelo, que esperó durante años a su dueño fallecido en la puerta del hospital.
Valgan estas líneas como homenaje a quien siempre tomaba el sol en su rincón favorito del jardín, donde estaba el limonero, jugaba con palitos que eran las ramas podadas de la higuera y por quien siempre me acordaba de comprar una pelota nueva cada 31 de julio, cuando cumplía un nuevo año. Él, que como un mago, hacía aparecer una sonrisa y desvanecía en su imaginaria chistera cualquier angustia. Descansa en paz,
Mago. Mi niño de peluche.