Por aclarar, el título de la columna de hoy no se refiere a una generación vista como
conjunto de personas que tienen aproximadamente la misma edad, sino que parto de otra de sus definiciones:
acción y efecto de generar (producir). Sí, hemos visto cómo casi cualquier cosa se puede fabricar y, de hecho, cuando se necesitan recursos humanos para cubrir unas necesidades o satisfacer ciertos intereses, también se pueden generar esas personas a medida. Hemos visto cómo se generó en su día un amplio stock de titulados universitarios, ahora esa mano invisible que los capitalistas defienden para el mercado ha desviado la necesidad hacia los títulos de FP... y ahora, parece ser que al sistema le
hacen falta idiotas.
Vaya por delante que cuando hablo de idiotas no lo digo como insulto; no voy por la definición de
tonto o corto de entendimiento, al menos no del todo, sino por la de
engreído sin fundamento para ello. De hecho, podrían tomarse ambas definiciones parcialmente porque el tipo de idiota al que me refiero es el que, sin un bagaje formativo o cultural, se cree más culto e inteligente de lo que es aunque esté soltando auténticas sandeces. Para Sócrates, reconocer la ignorancia era el primer paso para adquirir conocimientos, pues el que cree saber no es consciente de la necesidad de aprender; esos que no aprenden porque creen saber son el tipo de idiotas a los que me refiero.
¿Cómo podemos generar o producir esos idiotas que se creen inteligentes? Lo primero, degradando el sistema educativo. Si se baja el nivel, se pone la
excelencia al alcance de más gente. Si se reducen horas lectivas dedicadas a asignaturas de Humanidades o directamente se suprimen, la parte cultural y filosófica de nuestra formación se ve mermada. Apenas lo justo para decir que se ha impartido, pero insuficiente para avezarnos en el uso de la lógica o en el pensamiento crítico. Luego, se pone en valor una visión sesgada de lo que es dicho pensamiento crítico, haciendo que ese concepto se confunda con el reaccionarismo de toda la vida: en lugar de poner en duda una premisa y contrastarla para saber si es cierta, se da esa premisa por buena o falsa sólo porque la emite este o aquel individuo o medio. El sesgo de confirmación disfrazado de algo que
mola como es el pensamiento crítico. Además, si pones de
moda una pose cultureta, pones de moda parecer inteligente y culto. No hace tanto, veías a gente colgando fotos con gafas de pasta sin cristales porque era
cool aunque el libro que parecían leer estuviera al revés.
¿Y para qué se pueden utilizar estos idiotas que estamos generando? La respuesta es sencilla. Todos los caminos llevan a Roma y Roma es el poder político y económico. Las corrientes neofascistas se han implantado de ese modo: los libertarios ya no son los anarquistas que bebían de Durruti o de aquellos milicianos antifranquistas, sino que ahora son una parodia de
librepensadores políticamente incorrectos. Así, la inclusión se convierte en
buenismo o falacia woke; el feminismo, en
odio a los hombres; la justicia social, en
parasitismo y paguitas; los derechos laborales, en
la gente no quiere trabajar... y así con todo. De ese modo, algo que estaba casi extinto y derrotado vuelve al candelero con populismo de Twitter y el retorno de Goebbels, como decíamos hace un par de semanas. Ves a defensores de la dictadura afirmando que nuestra democracia lo es, mientras proponen un retroceso que ya viven Italia, Hungría y Argentina, con votos y entre aplausos. Y para eso, para votar, aplaudir y difundir, hace falta generar idiotas.