Crítica de cine de Jesús González, de El Último McGuffin, de El Puerto
Aún no han pasado veintiocho años del estreno de aquella película con la que Danny Boyle y Alex Garland se propusieron revolucionar el subgénero zombi, la genial 28 Días Después (2002), pero sí ha pasado el tiempo suficiente como para que el espectador conforme, en torno a esta esperadísima secuela que es 28 Años Después (2025), unas expectativas muy específicas, basadas en lo que otras obras contemporáneas han construido alrededor de la figura del zombi y cómo su impacto ha servido para hablar de nuestra sociedad. Tras ver la película podemos asegurar que Danny Boyle y Alex Garland han subvertido todas las expectativas que el “espectador zombi” pudiese tener, ofreciendo una de las sorpresas más gratificantes del año.
28 Años Después de que el virus de la rabia convirtiese en letales infectados a la población de Gran Bretaña, el resto de Europa ha conseguido aislar el virus manteniendo a toda la isla en una cuarentena permanente, abandonando a su suerte a los pocos supervivientes de la pandemia. Resulta estimulante leer esta decisión argumental teniendo en cuenta que entre la película original y esta secuela se produjeron tanto el Brexit como la pandemia del COVID-19. Así, la película muestra las diferentes organizaciones sociales que han surgido durante estas décadas de propagación y desarrollo del virus y aislamiento político: los pocos supervivientes conviven en pequeñas comunidades autogestionadas, y los infectados que han sobrevivido a la escasez de alimento se han adaptado al entorno y han conformado grupos de caza encabezados por los “Alfa”, infectados a los que el virus ha dotado de una fuerza e inteligencia superior. El punto de vista del relato se centrará en el personaje de Spike (Alfie Williams), un chico de 12 años que vive en una pequeña isla, y cómo este afronta su paso a la vida adulta en un mundo aún más extraño y cruel si cabe.
Para narrar este tránsito hacia la madurez, Boyle y Garland plantean una película arriesgada, tanto en lo narrativo como en lo visual. En primer lugar, configuran la estructura de la película en torno a un viaje doble hacia lo desconocido, dividiendo la narración en dos partes muy diferenciadas. En el primer viaje, con su padre Jamie (Aaron Taylor-Johnson), Spike contempla la oscuridad del mundo que le rodea. Aprende a sobrevivir, a ser fuerte, a desempeñar un papel establecido. Cumple con los ritos iniciáticos de su pueblo. Aprende a ser un hombre. En el segundo, en el que escapa con su madre Isla (Jodie Comer) en busca de una cura para su enfermedad, comenzará a ver luz entre las sombras. Aprenderá a cuidar, a escuchar, a no dejarse llevar por los prejuicios o verse arrastrado por el miedo. También estará aprendiendo a ser un hombre. Sobre esta dualidad planteada recaerá una de las ideas centrales de la película, que gira en torno a dos proverbios latinos: Memento mori, memento amare. Muerte y amor. Un recordatorio necesario de que la muerte es parte esencial de la vida, y que por su condición transitoria debemos recordar amar durante lo que esta dure.
En cuanto al aspecto visual, 28 Años Después es una película absolutamente única. Sus imágenes, anacrónicas, sucias y experimentales, han sido condicionadas por las limitaciones técnicas derivadas de haber rodado la película con el iPhone 15, lo que ha conformado una estética que se aleja de los códigos hollywoodienses contemporáneos y que se deja poseer por una rabia que acelera el montaje, desenfoca las imágenes y envuelve el relato en una atmósfera de violencia viciada.
Los cinco últimos minutos de la película, una suerte de epílogo poseído por el espíritu kish anglosajón, mezclado con la estética de un episodio de los Power Rangers y los Teletubbies (ya lo entenderán cuando lo vean) nos prepara para que, en las dos películas siguientes que ya están programadas, pueda pasar, literalmente, cualquier cosa. No se la pierdan en cines y vayan a verla a las espectaculares salas de los multicines ArteSiete Bahía Platinum.