Con dos películas aún por estrenar este año y con una serie,
Young Sherlock, en fase de post producción,
Guy Ritchie lleva camino de convertirse en uno de los realizadores más prolíficos de la última década. No sólo eso, todo lo que hace, incluso aquello que trata y aborda como un mero divertimento, tiene un acabado bastante atractivo, a un lado las consideraciones artísticas que se le quieran hacer.
Puede que ya no sea el director de Snatch, ni el de Rock’n’rolla, ni el de The gentlemen, en el sentido de que parece haber dejado a un lado su faceta más autorial en favor del cine de entretenimiento, pero incluso en esta faceta demuestra sus habilidades como buen narrador.
Se ha convertido en lo que en Hollywood llegó a denominarse como
un “buen artesano”, caso de J.L.Thompson, el director de Los cañones de Navarone, una película, por cierto, de la que parece beber uno de sus títulos más recientes,
El ministerio de la guerra sucia. Es un cine que remite asimismo a muchas películas populares de acción que predominaron desde finales de los sesenta y hasta mediados los setenta, siempre con un destacado plantel de figuras, algunas incluso en retirada, y que adornaban las carteleras de los cines de verano de aquellos años:
Operación Fortune, de hace un par de años, podría formar parte de aquella lista.
Su último trabajo, producido por
Apple TV para su difusión en streaming, sigue en esa misma línea. Se trata de
La fuente de la eterna juventud y es una película de aventuras a la antigua usanza, aunque digitalmente más sofisticada, pero con menos testosterona, y dirigida a un público más familiar, como pone de manifiesto la elección de la propia pareja protagonista:
John Krasinski y Natalie Portman, que hacen de hermanos poco reconciliables -ella con hijo incorporado- especializados en arqueología, a los que se les presenta la oportunidad de encontrar la ubicación de uno de los tesoros míticos de la historia de la humanidad, la fuente de la juventud, y acudir en su búsqueda gracias al respaldo de un joven magnate.
Con tono despreocupado y bastante liviano,
Ritchie concibe una película tan entretenida como olvidable, de buenos y malos, pero en la que sabe jugar con los géneros, las situaciones y los diferentes escenarios internacionales en los que se van sucediendo los hechos, sin excesivos fuegos de artificio, simplemente, sabiendo colocar la cámara, sacando a pasear cierto sentido del humor, mientras se entrega al atractivo de sus protagonistas, entre las que repite con Eiza González -es su tercer trabajo consecutivo a sus órdenes-.
La película cuenta además con un guionista de garantías para este tipo de productos,
James Vanderbilt: es el autor de
Zodiac, pero lleva más de una década entregado a la taquilla, desde las nuevas sagas de
Spiderman y Scream al boom de Megalodón. No se le nota muy exigido, pero ofrece a Ritchie lo que necesita, y al público lo que puede demandar en la sobremesa.