La única del mundo dedicada a atender a los muertos y rezar por los vivos, las mismas tareas que repiten sus frailes en el cementerio accitano y en Logroño
La orden de los Hermanos Fossores de la Misericordia nació hace 65 años en Guadix (Granada) como la única del mundo dedicada a atender a los muertos y rezar por los vivos, las mismas tareas que repiten sus frailes en el cementerio accitano y en el de Logroño para mantener con vida su misión de consuelo.
Enterrar a los muertos y rezar por los vivos. A estas dos tareas dedican su vida y su vocación religiosa los seis frailes de los Hermanos Fossores de la Misericordia repartidos a partes iguales entre los camposantos de Guadix (Granada) y Logroño.
Los Fossores los fundó fray José María de Jesús Crucificado convencido de que la Iglesia debía estar también en los entierros y tras más de medio siglo de vida unida a la muerte, la orden que llegó a repartir consuelo en ocho cementerios del país tiene ahora solo seis frailes entregados.
"Nosotros nos morimos también y las vocaciones brillan por su ausencia", ha explicado a Efe fray Hermenegildo, uno de los fossores del cementerio accitano al que llegó con 21 años desde Riotinto (Huelva) para convertirse en guardián de duelos.
Sin el menor atisbo de añoranza o de tristeza, fray Hermanegildo reconoce que la media de setenta años de edad de estos frailes deja la orden abocada a la desaparición, "pero esto es cosa de Dios, que vaya disponiendo".
El último intento de insuflar vida a la orden llegó al camposanto accitano hace unos tres meses, "un muchacho joven de Barcelona", pero como tantos otros se alejó de una orden y de unas tareas "que dicen que son muy aburridas y muy sacrificadas", ha detallado el fraile.
El marrón del hábito de estos frailes está íntimamente unido al recoleto cementerio de Guadix, ese custodiado por rejas negras como si alguien pudiera escapar de la muerte y protagonizado por una pendiente constante, una cuesta tan física como emocional.
Y ahí llegan ellos, justo a la entrada, para hacer de "sherpas" de familiares y amigos y facilitar el camino empinado de las despedidas, de los entierros.
El fundador de esta orden la resumió diciendo que la muerte es como una nuez, con una cáscara amarga pero un interior muy dulce.
El día a día de esta congregación arranca a las seis de la mañana con algunos de sus frailes ya despiertos "porque somos ya mayores" y reparte sus horas entre rezos, misas, rosarios y la atención al cementerio de Guadix, que luce limpio, blanco y mimado.
Esta orden riega y cuida los jardines, pero también atiende y restaura los nichos con menos atenciones, los más resquebrajados, para que la memoria del difunto sobreviva al paso del tiempo y venza al olvido.
Los fossores afrontan cada día el duelo de la supervivencia de una orden dedicada a dar consuelo en los entierros pero que agoniza por falta de vocaciones, una orden que seguirá velando por los camposantos "mientras Dios quiera, que vida hubo y habrá después de nosotros".
Y hasta entonces, como han hecho durante más de medio siglo, estos frailes sin relevo generacional mantendrán su rezo, su atención y acompañamiento, su brazo tendido como alma de un cementerio.