Este mes de abril, se cumplen veinticuatro años del fallecimiento de Octavio Paz. Nacido en Ciudad de México en 1914,y galardonado en 1981 con el premio Cervantes y el Nobel de Literatura en 1990, su obra y su legado siguen manteniendo hoy día una extraordinaria vigencia.
Su pasión poética se extendió a lo largo de más de siete décadas y su exigente rigor le permitió modular y adaptar su voz a los acontecimientos que rodearon sus múltiples vicisitudes vitales. Es cierto que su propensión a cierto experimentalismole hiciera ser etiquetado, en ocasiones, como un escritor inconformista, si bien, sería más correcto hablar de escritor culto, comprometido, solidario.y polifacético. La libertad expresiva de sus versos, la simbología semántica que esconde su verbo y el sutil vanguardismo que envuelve buena parte de su quehacer, se alzan, aún y siempre, como tres de sus principales virtudes.
La edición de sus “Versiones de Oriente” (Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2022), acerca al lector la pasión traductora que acompañó alescritor mexicano durante su existencia. La misma que sintió por conocer otros países y culturas. De ahí, que confesara que“no es enteramente humano el que no haya sentido alguna vez el deseo de viajar” y elogiase todo aquel que se hace“con el cuerpo quieto, los ojos cerrados y la mente abierta”.
El volumen que me ocupa recoge las versiones al castellano que realizase de poemas chinos, japoneses e indios. En su prólogo, Alberto Ruy Sánchez anota comoen estos textos, Octavio Paz “no sólo recorre territorios, sino que también viaja en el tiempo”. Porque en cada uno de ellos sigue latiendo “la llama viva de un oriente cuyo misterio el poeta, al traducirlo, pretende de nuevo poner a arder en la madera de su propia lengua”.
La poesía china aparece representada por Wang Wei, Han Yü, Tu Fu, Po-Chü-i, Li Po, entre otros. De este último, es el bello “Ante el monte Ching-t´ing”: “Pájaros que se pierden en la altura./ Pasa un nube, quieta, a la deriva./ Solos y frente a frente, el monte y yo/ no nos hemos cansado de mirarnos”.
Una treintena de autores japoneses tienen cabida en el segundo apartado de esta antología, que inicia KakinomotoHitomaro y cierra TakahamaKyoshi. El lirismo del haiku viene representado ampliamente en la delicadeza de MatsuoBasho: “Este camino/ nadie ya lo recorre/ salvo el crepúsculo”.
En su última sección, la poesía sánscrita clásica de la India se aparece en bellos epigramas como el de Kalidasa en su “Primera cita”: “El deseo la empuja hacia el encuentro,/ la retiene el recelo; entre contrarios,/ estandarte de seda, quieta, ondea/ y se pliega y despliega contra el viento”.
En una entrevista concedida tiempo atrás, recordaba Octavio Paz como“la poesía fue una manera de darme cuenta de lo que yo quería decir”.Desde su propia luz, desde de su propia espiga hecha pan y palabra, pudo pronunciarse y poblar sus páginas de amor, erotismo, venturas, desdichas, memorias, miradas, ausencias, ternuras, descubrimientos, reencarnaciones, enigmas, y milagros. Y no sólo cuanto fue suyo, sino aquello que hizo parte de sí y quiso ofrecernos en sus excelentes traducciones.