Una amiga de la que envidio su capacidad para definir las emociones de una película en una simple línea de whatsapp, sostiene la teoría de que la mejor forma de distinguir entre una película buena y una mala es someterla a una sesión nocturna. Si terminas pegando una cabezada no habrá superado la prueba. A partir de ahí, todo lo que se pueda decir de cada filme, como decía Cabrera Infante, “es literatura”. Elvis, por ejemplo, supera a duras penas la prueba. Y no es cuestión de achacarle las más de dos horas y media de duración: en 2018, HBO estrenó el excelente documental Elvis Presley. The searcher, dirigido por Thom Zimny, y sus más de 200 minutos se devoraban de un tirón con la misma pasión con que describía la trayectoria del rey del rock tomando como referencia la grabación del especial de la NBC para la Navidad de 1968, con el que reivindicó la madurez de su figura musical y su condición de estrella singular e inimitable.
La película de Baz Luhrmann es más lineal, aunque igualmente fiel a los orígenes y la trayectoria de Elvis, si bien, como suele ser habitual en los filmes del australiano, confunde exceso con entusiasmo. Cuando ese exceso redunda en la concepción casi operística de su trabajo obtiene obras redondas como Moulin Rouge, pero cuando se convierte en un mero alarde efectista queda a la vista la ausencia de emoción o de algo tan sustancial como el alma, que es lo que se echa en falta en el desarrollo de este trabajo una vez que comienza a desvanecerse el impacto gráfico y visual con el que adorna la primera media hora de metraje.
Todo ello, eso sí, bajo un diseño de producción extraordinario, milimétrico en el detalle y en la composición de cada secuencia, con momentos más que notables; en especial, en los que consigue mostrar la arrebatadora y magnética figura del cantante sobre un escenario, pero a los que no alcanza el resto de una narración centrada en abrir interrogantes acerca de la trayectoria de Elvis de no haberse sometido a aquella sanguijuela manipuladora que asumió el control de su vida y su carrera, el coronel Parker, su mánager, magistralmente encarnado -entre lo más sobresaliente de la película- por Tom Hanks. A su lado, un competente Austin Butler en la piel de Presley, obligado en la misión de descubrir a las nuevas generaciones la grandeza insuperable de quien, con o sin la película de Luhrmann, sigue siendo el rey del rock.