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Una cuestión de dignidad

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Muchas veces nos inquietamos y nos horrorizamos cuando oímos hablar de tantos jóvenes delincuentes, de tantos jóvenes que no han acabado sus estudios, de tantos jóvenes en paro y sin rumbo fijo. Desgraciadamente estas situaciones han aumentado considerablemente en los últimos tiempos y han pasado a ser un problema que cada vez genera más alarma social.

Cuando los expertos se pronuncian sobre este problema recurren a afirmaciones como éstas: este tipo de jóvenes normalmente proceden de hogares donde los padres no se ocupan de sus hijos, familias rotas o con problemas de convivencia y por estar inmersos en una sociedad sin valores. Muchos también citan, y creo que no están faltos de motivos, el exceso de tiempo libre, la ociosidad, la violencia en el cine y la televisión, las amistades peligrosas y el consumo de droga y alcohol.

Yo creo que los jóvenes echan en falta la ejemplaridad. Las futuras generaciones de nuestro país están creciendo en un ambiente en el que sólo perciben falta de buenos ideales. Desde mi punto de vista, los políticos no dan ninguna muestra de honradez. No hay un sistema educativo que les permita formarse en valores y, le guste o no al gobierno actual, sin ellos, poco podremos progresar. Cuando analizamos el panorama actual, posiblemente tenga razón aquel joven delincuente que justificó sus delitos afirmando que se sentía inseguro y harto de no hacer nada porque, realmente, no tenía nada que hacer. Si falla un sistema educativo, los jóvenes no podrán ser capaces de dar sentido a sus vidas.

No podemos obviar el papel tan importante que tiene la familia para sacar adelante un país que está en declive. Lo que ocurre es que cada vez el gobierno nos lo va poniendo más difícil. Antes que solucionar los graves problemas sociales que padece, parece que no tiene nada mejor que hacer que atacar a la familia constantemente.

Esto es realmente penoso porque, posiblemente, el verdadero sentido de la familia es en lo que más debería de apoyarse. Quizás es que nuestros dirigentes sólo tienen tiempo de meterse en la cama de los españoles tratando de redefinir lo que es el matrimonio y un largo etcétera.
Todo esto me hace pensar que los que estamos en contra de las decisiones del gobierno tengamos que sacar nuestras mejores armas.

Tenemos que centrarnos en la educación de nuestros hijos y no dejarnos llevar por todo lo que ahora quieren implantarnos a la fuerza. Nosotros no podemos fallarles y tenemos que darle esa ejemplaridad que no les aporta la sociedad. Y el motivo no es otro que el constante grito de los adolescentes pidiendo un mundo capaz de convertirlos en personas íntegras dispuestas a afrontar el futuro.
La familia no puede fallar. De modo consciente e inconsciente, los jóvenes saben que su familia es lo más importante, saben que sus padres les representan y que por ellos se definen y se sienten definidos ante los ojos de los demás. La familia debe ser ese conjunto de cosas buenas que les tienen que ayudar a entender y a superar las dificultades del mundo que les rodea.

De esta forma, nuestros hijos valorarán el día de mañana que sus padres nunca les abandonaron, que tuvieron unos padres que se preocuparon de ser realmente padres y que nunca sintieron la falta de cariño, de comprensión y por supuesto de exigencia; y, por último, nuestros hijos siempre agradecerán haber tenido unos padres que nunca se olvidaron de explicarles que no todo lo que está en el exterior vale y que hay que tener cuidado con la excesiva tolerancia.

Tengamos claro que, si falla la familia, seguirán existiendo padres que no orienten ni eduquen a sus hijos.
Si falla la familia, no cabe duda que desaparecerán los pocos valores que quedan.
En definitiva, que si falla la familia y, espero que esto haga reflexionar a los gobernantes, nuestros jóvenes no tendrán ninguna salida.

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