Tiene el lenguaje la virtud de crear realidades. Nombrar algo es hacerlo existir y, por tanto, significar. Y en la degradación del lenguaje político se nos va también la democracia por el sumidero de los grandes consensos traicionados. Digo esto triste y alejado del fragor político, sometido a la intensidad de los días por la muerte de un amigo íntimo y aterrado ante la posibilidad de que los libros que me quedan por escribir sean solo espejismos en un frío desierto asiático. Ni siquiera el otoño, con su dulce cadencia de vida palpitante, lograr calmar la ira que nos agita: en Israel, los terroristas de Hamas saltan el muro de Gaza para sembrar el terror entre los habitantes de una nación acostumbrada a los titubeos de la historia; el “y tú más” condena el futuro y sentencia el pasado. En Ucrania, el oso ruso somete a una guerra de desgaste a las democracias occidentales, enfrascadas en sus propias crisis de identidad a manos del populismo. En España, somos capaces de ponernos de acuerdo en lo básico, como antes, como siempre fue, por cierto. Habría que preguntarse quién o quiénes propiciaron la llegada del populismo a la escena política española. Sin esa reflexión, sin esa asunción de culpas, no puede explicarse lo que ahora ocurre. En Málaga, los chiringuitos siguen llenos y la llegada de nómadas digitales hace explotar de alegría a los responsables municipales. Algunos amigos me alertan de señales preocupantes: personas que no pueden pagar por los servicios contratados a determinadas empresas, contracción en las contrataciones, dificultad para obtener créditos. La crisis. La que toque. Si es que alguna vez hemos dejado de estar sometidos a la dictadura de los mercados. Hay quien dice que el capitalismo ha muerto y ahora tratamos de llegar a la orilla de un régimen mundial ‘tecno-feudal’. El retroceso de derechos laborales es alarmante y la crisis de los sindicatos, persistente. Sigo con atención la construcción de las tres grandes torres de Carlos Lamela en el Paseo Marítimo Antonio Machado. De momento, son dos los colosos que siembran la sombra perenne sobre la arena de la playa. Hay opiniones para todos los gustos. La tarde me recuerda tardes de risas con Emilio. Los años pasan con vértigo delante de mis ojos y, envuelto en la incertidumbre, brindo por el amigo que se marcha demasiado pronto, demasiado rápido, llevándose a jirones mi juventud y las de quienes lo vamos a echar de menos. Lo nombro para que no deje de existir. Para que su sonrisa siempre vuelva cuando la convoque.
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El vértigo
Y en la degradación del lenguaje político se nos va también la democracia por el sumidero de los grandes consensos traicionados
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En mis columnas hablo de la Málaga que fue, de la que es y, a veces, de la que será
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