Por vez primera, se da a conocer en castellano la poesía de Ruth Stone (Roanoke, Virginia, 1915 – Ripton, Vermont, 2011). Bajo el título de “Bayas púrpuras” (Colección Torremozas), se reúne una amplia antología de su quehacer. La meritoria traducción de Jimena Jiménez Real, viene acompañada de un prefacio donde la propia traductora devela algunas de las claves vivenciales y literarias de la autora norteamericana.
Su primer poemario. “En un tiempo iridiscente”, vio la luz en 1959. En esa misma fecha, su marido, el escritor Walter Stone, se suicidaba en Londres con tan sólo cuarenta y dos años. Desde entonces, la vida de la poetisa cambia radicalmente (“A veces me escondía en el armario entre mi propia ropa./ Pero era en vano. El dolor terminaba por despertarme”). Se instala en su casa de Vermont junto a sus tres hijas e inicia una existencia bastante austera. A partir de la década de los sesenta, comienza a trabajar como profesora visitante de poesía en distintas universidades de su país y retoma el pulso literario. En 1971, edita “Topografía y otros poemas”, al que seguirían otro nueve volúmenes y dos antologías. Una de ellas, “En la próxima galaxia” (2002), recibió el Premio Nacional del Libro.
A pesar de su largo y doloroso proceso de degeneración macular (“Medio ciega, siempre atardece./ El ocaso de mi tiempo y mis noches/ son muy largos, y los días de mi tribu/ pasan cual fogonazo, con sus coches de colores/ viciando el aire…”) no detuvo su proceso creativo hasta poco antes de su muerte, acaecida en 2007.
Se incluye en esta oportuna edición, el prefacio que Sharon Olds elaborase para la compilación, “Lo que termina siendo el amor; poemas nuevos y seleccionados” (2008). En él, Olds incide en la manera tan original y personal en que la escritora se enfrentaba a su lírica: “Un poema de Ruth Stone es algo vivo entre las manos: arde, se agita, tiene autonomía (…) Sus lectores somos fervientes en el respeto, amor y asombro que sentimos por su poesía”.
Se añade, además, una nota de su nieta y también escritora Bianca Stone (1983), quien destaca cómo los textos de su abuela resultan “intuitivos, elegantes e intensos” y están “repletos de revelaciones deslumbrantes acerca de la condición humana, así como del mundo natural”.
El decir de Ruth Stone es, al cabo, un canto a la libertad de la palabra, a la aspiración por hacer del lenguaje una sagrada posibilidad de comunicación. Sus versos se aparecen como un diálogo incesante con lo terrenal y lo espiritual, con la linealidad de un tiempo y un espacio al que aspira como eterno instante y desde el que prolongar la belleza de lo efímero, el milagro de lo cotidiano. Además, su discurso se puebla, a su vez, de ironía, de sorpresa, de fascinación y se extiende hacia los territorios de lo mítico, lo místico, lo onírico… completando una sugestiva y luminaria forma de escritura: “Cuando estoy triste/ canto, y recuerdo/ el gorjeo del tordo alirrojo./ Y entonces no quiero nada/ más que volver en el tiempo a aquello que tenía antes/ de que el amor me entristeciera./ Cuando me olvido de llorar/ oigo a las ranas de árbol/ trepar por la corteza./ El amor duerme/ y sueña que todo/ está en su red dorada;/ y a mí me atrapa también,/ cuando olvido”.