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Jueves 08/05/2025
 

Sevilla

Crónica con albero en los zapatos: la Feria sin calor, en mayo, pero como siempre

Este año la Feria no ha venido sudando, pero sí bailando

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Yo ya salí del real y aún me retumba la sevillana que sonaba en la caseta de Juanito. Que no era de Juanito pero todos le llamamos así porque allí uno siempre encuentra lo que busca: amigos, rebujito y compás. La Feria no te la cuenta nadie, la Feria te pasa por encima. Este año llegó tarde, en mayo, pero con más ganas que nunca. Las flamencas salieron a la calle como si se hubiera abierto una jaula de volantes. El albero no entiende de estaciones. Si acaso, de instantes.

Este año no ha hecho calor. Las flamencas iban perfectas, sin gota de sudor, y eso en la Feria de Abril es casi un sacrilegio. Pero se agradece. El maquillaje resistía, los volantes bailaban al ritmo de María del Monte, y hasta los trajes de pana de los más valientes parecían una buena idea. Sevilla estaba guapa, luminosa y suave. Como si hubiera dormido bien y despertado con ganas de pasárselo en grande.

Hay tantas Ferias dentro de la Feria que uno podría escribir una crónica por cada calle del real. La de los que no llegan a tiempo a la cita, pero tampoco importa. La de los reencuentros que duelen de bonitos y la de los saludos que sabes que no se repetirán. La del "¿te vienes a mi caseta?" y acabas en otra. La del "espera, que estoy en la del primo de mi novia, que tiene aire acondicionado y langostinos".

Y mientras tanto, los niños chicos, ya medio deshechos por los cacharritos, pidiendo algodón de azúcar con la cara pringá. Los padres, agotaos, arruinados, entregados, hacen cola por un globo que se va a pinchar antes de llegar al coche.

José Antonio, no se queja, pero se le nota en los ojos el cansancio de quien lleva días sin parar. "Yo vivo la Feria desde el otro lado de la barra. Veo amistades que se rompen y se arreglan en la misma copa. Veo bailes de los buenos y caídas de las malas". José Antonio, camarero, es el verdadero valiente de la Feria de Abril. La Feria, para él, es maratón y privilegio. Y al tercer día ya no siente las piernas, pero le siguen brillando los ojos.

A un par de calles, con las manos en los bolsillos y la boca medio abierta, está Emily, que camina como si hubiera entrado sin querer en un sueño. Emily no lleva traje, pero se ha puesto una flor en el pelo. No sabe bailar, pero a las cuatro de la tarde ya ha dado tres vueltas completas al Real porque alguien le dijo que “todas las calles llevan a algún sitio”. Y lleva un rebujito en la mano y una sonrisa en la cara como quien ha descubierto un secreto bien guardado.

Y luego está Luna, influencer sevillana con 310.000 seguidores en Instagram y un equipo de dos amigas encargadas del contenido. A las doce: fotón en la portada. A la una: vídeo en slow motion entrando en la caseta. A las dos: directo con plano cenital del jamón ibérico. Luna lleva tres cambios de traje en dos días y ha aprendido a caminar sin mancharse el bajo. La siguen para ver la Feria desde su móvil, pero ella la vive con los cinco sentidos. Ella posa con un caballo. El caballo pestañea. Ella también. Y suben los likes.        

La cola del autobús es la otra caseta. Allí se canta, se baila y se liga. Se liga regulá, pero se intenta. Se mira de reojo, se aguanta el tacón y se hace memoria de lo vivido, mientras uno piensa que esto, este caos precioso, esta sobredosis de vida, no lo cambia por nada.                                

De fondo, el "¡ole!" que se escapa sin querer, la sevillana de fondo que se mete en la sangre, y el grupo de amigos que se abrazan sin que haga falta motivo. El "¿tú te vas ya?" con tono de traición y el "si es que ya no sé ni dónde estoy" con media sonrisa. Y el "hostia, lo que cuesta esto". Que si la tortilla a 12 euros, que si la jarra de rebujito cada año sube más, que si el montadito reseco a precio de oro, que si el cacharrito del niño cuesta más que un Uber a Dos Hermanas. Pero da igual. Estamos en Feria.                                                                                              

Porque la Feria no es sólo una fiesta. Es un estado del alma sevillana. Un respiro que se da gritando, bailando, sudando y queriendo. Una semana en la que el tiempo se estira, se disfraza y se emborracha. La tortilla sigue cara, pero la alegría sigue siendo gratis. Y aunque uno salga reventao, con los pies pidiendo auxilio y la cartera llorando, ya va soñando con la próxima.  

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