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Notas de un lector

La muerte que nos une

Con “Necrópolis”(Pre-Textos. Valencia), Markel Hernández obtuvo el premio Arcipestre de Hita en su última convocatoria

Publicado: 24/06/2025 ·
10:52
· Actualizado: 24/06/2025 · 10:52
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Con “Necrópolis”(Pre-Textos. Valencia), Markel Hernández (1977) obtuvo el premio Arcipestre de Hita en su última convocatoria. Autor teatral -tiene premiadas y publicadas varias obras dramáticas- es este su segundo poemario, tras haber editado en 2023 “Restos arqueológicos”.

Esta entrega se ofrece al lector como un campo de sombras donde el poeta entierra sus temores, sus nostalgias y sus certezas fragmentadas. En cada poema, se desvelan rituales arcanos, recorridos de duelo y mapas implacables que remiten no sólo a la desaparición física, sino a una transformación más profunda de la conciencia. Es un viaje que trasciende la muerte tangible, sumergiéndose en una atmósfera donde lo inmortal es el recuerdo: “Como una fotografía que nadie nos hizo/ nos veo a los dos acurrucados/ tu nariz emitiendo rugidos imposibles/ el niño que fui sin esperanza de descanso/ en mi pecho atesoro la imagen/ tiritan mis manos con el destello”.

A lo largo de estas páginas, el autor vizcaíno erige un altar hecho de palabras que invocan y derivan en una danza de dualidades. La necrópolis, esa ciudad de los muertos, se convierte en un espacio donde lo inerte habita en los recovecos de la acordanza, un lugar concreto que conecta lo finito con lo eterno. En este escenario, cada verso parece estar impregnado de un misterio ancestral. El ayer se presenta como una quimera que rehúsa disolverse, un eco que persiste mucho después de que la carne se haya tornado polvo.

Aquí y ahora, el definitivo adiósno es una ausencia, sino una presencia, en ocasiones, opresiva, un territorio fronterizo que no se limita a la quietud de la tumba, sino que se extiende como un paisaje emocional, casi geográfico. Los solemnese anuda al verbo como un acto de resistencia ante el olvido, como un senderosolitario desde el que Markel Hernández intenta despejar la niebla de la desesperanza. Y así, su decir se adivina como una línea donde las coordenadas del dolor, la soledad y el sacrificio se trazan con tinta oscura y permanente: “Paseo entre las tumbas/ un niño rubio juega a la pelota con su bisabuelo/ una muchacha canta para los antiguos amigos/ un anciano saluda a su esposa/ elle devuelve el saludo con besos/ dos jóvenes se emborrachan/ hacen el amor y les dan la bienvenida”.

Divido entres apartados, “Últimas palaras”, “El mundo otro” y “Primeras palabras”, el volumen se abre generoso a la metáfora y los textos se suceden creando círculos que se expanden infinitamente… La muerte es tratada como una paleta de imágenes complejas: no es solo un trazo grueso que lleva al final, sino un territorio quebrado lleno de detalles, de penumbras y soles, de instantes y estaciones plenamente humanas: “A veces siento tu respiración (…) He tardado mucho en verte/ el gesto tierno es inconfundible/ ¿desde cuándo llevas conmigo?”

Al cabo, este yo lírico que canta y cuenta de forma unánime y cómplice su inquietud y su incertidumbre, se afana en hallar comprensión y, en última instancia, una aceptación metafísica de que la finitud es, en sí misma, un éxodo hacia la empírica inmortalidad de la memoria: “La vida es como sigue:/ parva tregua incesante,/ la alegría de contarla,/ una angustia en común”.

 

 

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