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Lunes 14/07/2025
 

Desde la Bahía

Una siesta de verano

Mi amigo permanece a mi lado. Ahora me dice, con gran énfasis, tiene que haber otra cosa distinta

Publicado: 13/07/2025 ·
14:49
· Actualizado: 13/07/2025 · 14:49
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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Como vivía muy alejado, cosa excepcional pero posible, de todo contacto con el tumulto mundano, me impresionó cuando vino a verme a mí aislada y solitaria estancia un amigo de la niñez. En su conversación se dejó decir : “amigo ya estamos consumiendo la octava década de nuestra existencia, el final se nos acerca e inexorablemente habrá que morir”. Morir, le pregunté, que situación es esa, mi vida solitaria no conoce tal concepto, ¿puedes aclararme en qué consiste? Es fácil, morir es perder la capacidad de movimiento, transformarse el cuerpo en una masa rígida y fría, que comenzará una nueva evolución en la que se irá degradando corrompiendo, hasta quedar reducido a una escasa cuantía de polvo orgánico, a través de los años. ¿Y ya está?, le pregunté de nuevo, ¿eso es todo? Me apena y me siento desgraciado, al pensar que todo termine en tan escaso tiempo de vida y que esta nos deje abandonados en los brazos de una muerte que solo es descomposición. Así es, me respondió. Todos los seres que tenemos vida, tenemos un capítulo final. No hay epilogo y el índice está en el recuerdo que dejamos en los demás. El “camposanto” o la tierra donde va a parar nuestro cuerpo rígido no es una estantería de biblioteca, donde se agrupa saber e historia, porque los corruptos cuerpos ni saben, ni pueden y quizás ni quieren guardar las vivencias ocurridas durante  su existir. No hay un “más allá”. El último pasquín que leemos en nuestra ruta es “estamos en la muerte”. Cada uno tiene su camino individual, que al igual que la estela que va dejando en el agua la elipse del barco, va desapareciendo a medida que se avanza. Por eso y porque la muerte no es vida o movimiento, nunca le ha sido posible al ser humano volver, ni dejar una huella definitiva.  Una existencia saturada de dificultades y tristeza, condiciona una vida penosa. Pero lo contrario el que la felicidad sea la norma del día a día de la existencia nos llevará al miedo a perderla e igualmente hará la vida penosa. Es difícil e incluso imposible el saber separarnos del sufrimiento. El pájaro canta por razones de celo o hambre, no por sentimientos de alegría.                                                                                                                

La rebelión en el cabello que condiciona el viento de levante, hace que cuando uno se encuentra en un clima de suave brisa o dulce calma, esté más predispuesto a la contemplación de todo lo que le rodea y que le pasaba desapercibido. Estoy frente al Mediterráneo. A la altura suficiente para que el horizonte me quede un escalón más bajo. Es madrugada. El balcón de la habitación hotelera nos ofrece el encanto especial del éxtasis. El mar está dormido. La oscuridad de la noche protege su sueño, pero no puede evitar que sobre su superficie un largo y estrecho haz, gris claro, de reflejada luz origine un contraste cuya belleza solo está en los ojos de quien sabe mirarlo.

Pende la luna, que camina hacia su plenitud de llenado, de un cielo que muestra que lo oscuro también tiene su carácter intrínseco sin tener que definirse en razón de la falta de luz. No hay movimiento, se ha parado la vida, pero no hay lugar para la muerte. Se ha sobrepasado su límite exterminador. Estamos en el mundo de la contemplación y también en el de la reflexión y esta nos lleva a pensar, quien ha puesto y con qué equilibrio tan sutil, todos estos elementos que la vista me permite dilucidar. El peso de la vida se nos hace insoportable, porque vamos de vacío por ella. El darnos los seres humanos gran importancia, lo confirma.  Nada es más miserable que la soberbia y lo único cierto del ser pensante es su incertidumbre. El morir no acabará con el paisaje que contemplo. Hay una eternidad universal que desconoce la palabra fin y una incertidumbre fanática e incombustible que busca la verdad, sin detenerse ante la muerte, sino sobrepasando sus fronteras. Ella nos lleva a creer en estas noches de sosegada paz y embelesado pensamiento, que tenemos un maestro, un escultor, un constructor universal del que depende todo lo existente y no es necesario, como decía Voltaire, inventar a Dios porque el tópico simple y llano del pueblo aclara su existencia al considerar que “no hay reloj, sin relojero”.                                                                                            

No tengo ni idea de cómo es o cómo debía de ser el ocio. De lo que si estoy seguro es de que no es sinónimo de felicidad, tal como hoy día lo consideramos. No es un oasis que nos aísle de la candente arena que la problemática diaria nos hace pisar, ni que evite las quemaduras que la luz fulgurante y abrasadora de las relaciones laborales diariamente nos ofrece. La sequedad de boca que condiciona una larga vida, desértica de valores, solo encuentra en el agua de los oasis la humedad necesaria para poder articular los insultos del resentimiento.  La vida que podía ser un manjar, sigue siendo un catártico, incapaz de abolir tantas acciones nocivas diariamente acumuladas. El siglo XXI, al menos en nuestro país, es el “siglo del bochorno”. Mentira y engaño copan todas las alturas de la existencia mandataria, sobrepasando las almenas eclesiásticas, los paraninfos universitarios, las casas señoriales y los núcleos más olvidados y empobrecidos, donde el acero ha sido sustituido por las “latas” de envases de alimentos, conseguidos en colas de pobreza o a través de degradantes y comprometidas subvenciones.  Este año de 2025 ha traspasado todas las barreras, las del error y la del horror y su reiteración se ha hecho costumbre y la costumbre lleva a la indiferencia que es la alfombra soñada que mejor pisan los corruptos de cada época. “Mientras haya campo y playa, no me meto a decidir quién se quede o quien se vaya” es una frase que se está imponiendo.

Mi amigo permanece a mi lado. Ahora me dice, con gran énfasis, tiene que haber otra cosa distinta. Le respondo, para que quieres otra -o más larga- vida, cómo se soportaría. No, ahora me refería a que tiene que haber un Dios. No sé a quién te refieres le respondo. El ser más viejo que nuestra propia vida, me dice, nunca será argumento para ignorar lo que aprendimos de niños. Nos dieron más catecismo que ecuaciones algebraicas. Tremendo e inhumano dicen los cerebros ateístas actuales, pero ante obra tan compleja y sublime como es el universo, los planetas, las cosas inanimadas, las especies organizadas y la inteligencia humana no hay más remedio que pensar en un ente superior, con la fe no de las rodillas sino de la razón y sus conscientes limitaciones. Mira por un momento todo lo que te rodea -me dijo- y piensa si todo es sencillamente evolutivo o hay una mano creadora. No sé quién mando al gallo cantar en horas de la siesta, pero lo que sí es cierto que me despertó de mi soñar.          

 

 

 

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