Ahora que a una periodista del perfil de Pilar Urbano, a la que le toca de otra vez la lotería de sacar de nuevo un libro/entrevista sobre Su Majestad la Reina Doña Sofía con motivo de su cumpleaños se arma la marimorena porque ha expresado una serie de opiniones que no han tardado en magnificarse. Si bien es cierto que una periodista que no usa grabadora para poder entrecomillar las declaraciones con absoluta veracidad no debe inspirar mucha confianza, este aspecto se vuelve más grave cuando es de sobra conocida su afición a fabular: sirva como ejemplo su libro sobre el juez Garzón en el que hasta decía qué calcetín se quitaba primero el mediático magistrado.
Mas, en cualquier caso, y suponiendo que las declaraciones fueran textuales, hay que decir que no hay motivo alguno para escandalizarse. Porque la Reina no ha expresado más que la opinión de la mayoría de los españoles. Su vastísima cultura, su gran humanidad, su saber estar, su impecable actuación, su sentido institucional y su sentido común la avalan. Además, tiene derecho a expresar su opinión, quien nunca hasta ahora la había expresado y quien encima nunca va a influir para mal en ningún españolito. Otra cosa es que quizá la Casa Real no haya medido bien la conveniencia de llamar a la citada periodista, y ahora salga con un desmentido que más bien otorga absoluta veracidad a las regias palabras.
Si Su Majestad subraya que la ley civil no pueda ir en contra de las leyes naturales y se muestra contraria a tirar bebés al cubo de la basura, a darle matarife al abuelo y a llamar “matrimonio” a la unión de personas homosexuales me parece de lo más coherente, más que nada porque son de sobra conocidos sus altísimos valores humanos y cristianos. Esto, por tanto, lo que hace es alargar más si cabe su egregia figura.
Si a la Reina, que dice que puede comprender, aceptar y respetar que haya personas con otra tendencia sexual, ve absurdas las manifestaciones del orgullo gay, no puedo estar más de acuerdo, pues se convierten en cabalgatas carnavalescas que al final sólo consiguen perjudicar a los homosexuales no tomándoles en serio, ya que la tendencia de las mismas es a ridiculizar y atacar los sentimientos religiosos de millones de personas.
Ya es hora de que lo políticamente correcto deje de ser dogma de fe obligatoria en este país donde el lobby republicano y el lobby gay campan a sus anchas estigmatizando a los que no pensamos como ellos, haciendo de la intolerancia su baluarte. Opinar de forma distinta se llama libertad. Y la libertad de pensamiento, como la de expresión, constituye uno de los pilares esenciales de la democracia. Si nos la queremos cargar sólo tenemos que dejar que estos lobbys o grupos de presión traten de hacer callar a las voces discrepantes.