El dos de marzo de 1937, el mismo día que Miguel Hernández llega a Jaén destinado al Altavoz del Frente Sur, fecha el poema “Aceituneros”, que más tarde aparecería en la edición de ‘Viento del pueblo’ (Valencia, Socorro Rojo Internacional, 1937), el tercer poemario de Miguel Hernández, escrito en gran parte durante su estancia en la capital jienense. El paisaje del olivar, el profundo conocimiento del mundo rural y la tierra que vio nacer a la que apenas siete días después se convertiría en su esposa, Josefina Manresa (Quesada), bien podrían haber inspirado al poeta. Al respecto, Manuel Urbano, en su obra ‘Ruiseñor de fusiles y desdichas: Jaén en la vida y obra de Miguel Hernández’, diserta: “Hernández fecha en el mismo día de su llegada a Jaén, el dos de marzo, ‘Aceituneros’, algo por demás elocuente y que nos lleva a la conclusión de que estas combativas redondillas nacen ante la visión del importante paisaje de olivar que el poeta atraviesa en su viaje y no por su contacto directo con la dura vida del campesino andaluz que, por supuesto, conoce”.
Miguel Hernández había publicado su primer libro de poemas, ‘Perito en lunas’ en 1933. Tras el éxito cosechado por aquel joven pastor de Orihuela, prácticamente autodidacta, cuyos maestros fueron Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega y, sobre todo, Luis de Góngora, viaja a Madrid y comienza a trabajar como colaborador en las Misiones Pedagógicas y más tarde como redactor de la enciclopedia ‘Los toros’ dirigida por José María de Cossío, que se convirtió en su protector a lo largo de los difíciles años de la guerra hasta su muerte. Durante su estancia en Madrid se presentó a Vicente Aleixandre e hizo amistad con él y con Pablo Neruda, dando lugar a una breve etapa surrealista; poco a poco su poesía se hace más social y comprometida con la izquierda y las clases más desfavorecidas.
En diciembre de 1935 murió su fraternal amigo de toda la vida, Ramón Sijé, y Hernández le dedicó su extraordinaria Elegía, que provocó el entusiasmo de Juan Ramón Jiménez en una crónica del diario El Sol y que vio la luz en su segundo libro de poemas, ‘El rayo que no cesa’.
El mismo año y en ese contexto estalla la Guerra Civil (1936) y un año después, tras pasar por el frente y estar destinado en Madrid como comisario cultural, Miguel Hernández recala en Jaén para dirigir el Altavoz del Frente Sur y su periódico, que se publicaba cada miércoles y domingo de la semana.
Es ahí, en Frente Sur, donde publica la mayor parte de su tercer libro de poemas ‘Viento del pueblo’. Su poesía y prosa se convierten en proclama, cargada de fuerza. De hecho, la usa en sus numerosas intervenciones arengando a las tropas.
Poesía de guerra
A ello se refiere el profesor de Filología Española de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de Jaén, Rafael Alarcón Sierra, en su trabajo “La relación texto-fotografía en ‘Viento del pueblo’ de Miguel Hernández publicado por Studia Iberica et Americana (SIBA) de California State University-Fullerton: “El hecho de que los poemas bélicos de Miguel Hernández, como casi toda la lírica de la guerra civil, hayan sido escritos pensando en su recitado público, determina su conformación sintáctica, fónica, rítmica y estructural, el uso de repeticiones y anáforas, paralelismos y quiasmos, correlaciones, bimembraciones o trimembraciones, así como el empleo de otros elementos propios de una retórica oratoria, épica, propagandística y didáctica: la arenga, el apóstrofe y la exhortación, el presente acrónico, el imperativo y el vocativo, la retórica triunfalista, la afirmación rotunda y enfática, la dialéctica de la pregunta y la respuesta, la isotopía maniquea, las metáforas enfrentadas en series paralelas, la animalización y desvalorización del enemigo, la llamada al combate y la promesa de victoria.
Para Rafael Alarcón “es la guerra civil la que tensa esta energía de la poesía hernandiana y la lleva a su extremo, alcanzando altas cotas de eficacia tanto en lo ético como en lo estético, tanto en lo literario como en lo ideológico, anudados de una forma única en sus mejores poemas”.
El poeta-soldado
El poeta, ensayista, crítico español e investigador de la Universidad de Murcia, Luis Bagué Quílez, ahonda en esa idea de poeta soldado en su trabajo ‘En las manos del pueblo: el compromiso airado de Miguel Hernández’, también publicado por la California State University-Fullerton:
“Miguel Hernández supo elaborar un yo a la altura de las circunstancias, tan personal como transferible. Eso sí, por el camino tuvo que aprender una valiosa lección: la necesidad de transformar la emoción verdadera en emoción verosímil. En el personaje de ‘Viento del pueblo’ se sintetizan la figura del ‘poeta del pueblo’ y la figura del ‘poeta-soldado’, asociadas con una poesía de cariz tradicional y difusión oral. Nos hallamos, por tanto, ante un yo disuelto en la efervescencia colectiva y en la peripecia histórica, en contraste con el modelo sacralizado del vate oracular”.
Para Luis Bagué, “el entusiasmo de Miguel Hernández se plasma en un lenguaje torrencial, que actualiza los metros y las fórmulas de los romances y cantares de gesta. De esa voluntad conativa dan prueba los vocativos, las interjecciones y las exclamaciones enfáticas con las que exhorta al pueblo, que se desdobla en el protagonista y el receptor de la apelación”. Y añade: “La inspiración surge del pueblo y termina en el pueblo, que espera a los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo. Ahí reside la diferencia entre escribir para o desde el pueblo. Si lo primero es sintomático de una poesía doctrinal que pretende instruir a las masas sin implicarse en su lucha, lo segundo resulta característico de una poesía proletaria que encuentra su razón de ser en el restablecimiento de los vínculos solidarios”.
Toda esta concepción poética, todo este ‘Viento del pueblo’, el soldado-poeta al que le gustaba pasear por los jardines de Jabalcuz junto a su esposa Josefina Manresa,quedó reflejada en el periódico Frente Sur, donde publicó “Aceituneros”, en el número inicial, Jaén, 21 de marzo de 1937, donde se hace constar que fue escrito el 2 de marzo; luego, el 29, en la madrileña ‘La Voz del Combatiente’; “Jornaleros” aparecería en el nº 6; Jaén, 8 de abril de 1937; si bien fue publicado con anterioridad en ‘La voz del combatiente’ –nº 56; Madrid, 25 de febrero de 1937–, donde se le data en nota: “Madrid, 14 de febrero de 1937”; “Andaluzas”, apareció en el nº 8, Jaén, 15 de abril de 1937; “1º de mayo de 1937”, nº 12, Jaén, 1 de mayo de 1937; “El incendio”, nº 16, Jaén, 16 de mayo de 1937; y “Pasionaria”, en el nº 24, Jaén, 13 de junio de 1937.
Como dramaturgo, también buena parte de ‘Teatro en la guerra’ fue escrito en Jaén. En definitiva, aunque el paso de Miguel Hernández por Jaén fue corto, cinceló buena parte de su poesía, contribuyendo a convertirlo en uno de los poetas universales en lengua española. Por ello, este 75 aniversario de su muerte, debe, como dijo Pablo Neruda, sacarlo de su cárcel mortal e iluminarlo.
“Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!” Pablo Neruda.