Si cuando se levanta no tiene ya muy claro en qué día vive no se preocupe, que el suyo no es caso único. La Feria del Caballo pasó ayer su ecuador preparada para asistir a un fin de fiesta que comenzará hoy con el desembarco masivo de mujeres en el Real. La atención se giró este martes hacia la zona alquitranada del parque, esa que está más allá de las vías del tren. La misma a la que algunos no se acercan desde hace años y de la que otros se muestran incapaces de sacar a sus hijos sin ayuda.
Era el día de los cacharritos, día de descuentos y desenfreno total en las atracciones de toda la vida y en aquellas de nuevo cuño. Fue llegar la tarde y convertirse aquello en un sálvese quién pueda. Como si no hubiera un mañana. Gente bajando escalerillas metálicas chorreando agua cual Mireia Belmonte; abuelas eufóricas tratando de arrebatarle la escoba al hombre del tren; carreras por las pistas para subir al tropezón; ratones con la boca abierta dispuestos a zamparse a niños y niñas..., y mucho ruido. Aquello da tanto miedo a veces que uno entiende que quienes se adentran en la montaña del terror lo que buscan realmente es un momento de tranquilidad. Allí dentro te puede asustar un señor disfrazado de algo. Lo que ocurre fuera es todo real.
Y toda esa locura del día de los cacharritos parte de la imperiosa necesidad de ahorrarse un euro allá donde se pueda, cuando hay cosas en la Feria que no cuestan dinero. Sí, las hay. Una de las cosas que se puede hacer sin echarse mano al bolsillo es ponerse a prueba la capacidad psicomotriz. Si atiende a rajatabla los consejos que le ofrecen las fuerzas de seguridad para pasar una semana tranquila es que usted está perfectamente capacitado para cualquier cosa.
Desde que uno se baja del coche, del taxi o del autobús -e incluso si llega caminando al parque- simultáneamente deberá vigilar su cartera, las llaves del coche, las del piso, su teléfono móvil, el bolso, las gafas de sol, los niños, los globos de la patrulla canina e incluso, a veces, a su suegra. Si en ningún momento pierde ojo a nada de eso y todos regresan a casa sanos y salvos su capacidad psicomotriz queda fuera de toda duda.
Pero hay más. No crea que esto es tan sencillo como parece. Cada vez que pague algo, ya sea un paseo en la noria, un clavel o un almuerzo de empresa, debe tener cuidado con los cambios, no sea que le cuelen un billete del monopoly.
Y ojo, que a todo ello debe sumar las recomendaciones de las organizaciones de consumidores. Cuando entre en una caseta no pierda el tiempo saludando a algún conocido. Nada de eso. Si usted es un consumidor responsable debe dirigirse a la barra, comprobar que se exhiben con claridad los precios de las viandas (IVA incluido), controlar que los extintores estén dispuestos a prestar servicio, que el baño está homologado y que el gachó que está delante de la freidora tiene el carnet de manipulador de alimentos.
Haga lo propio cada vez que se acerque a comprar un coco, un algodón dulce o cuando alguien le invite a subir a un coche de caballos. Si sigue a rajatabla los consejos de las organizaciones de consumidores su capacidad psicomotriz merecerá una medalla del metal más noble posible. Habrá vivido una Feria tela de segura, pero quizá le hubiera compensado más quedarse en casa. Eso sí, en adelante pasar la ITV o presentarse a unas oposiciones de abogado del Estado le parecerán una cosa de críos.
No sé si seguirán o no al pie de la letra las recomendaciones de seguridad y consumo, pero hay gente que multiplica sus habilidades en la Feria. Como quienes entran en una caseta, ven a un grupo cantando el “déjate querer” y a una señora delante bailando y lo retransmiten en directo a los cinco continentes a través del facebook live. La audiencia potencial es de millones de espectadores, pero el minuto de oro no suele ser seguido por más de cuatro personas. A pesar de ello insisten, sumergidos en ese complejo de reportero de guerra que parece sobrevenirle a uno en cuanto pisa albero.
La cosa tiene aún más mérito cuando se emite desde alguna de esas casetas en las que no se ve una castaña. Porque las hay. Hay casetas con menos iluminación que la cueva de Alí Babá, y otras que buscando sombra buscando sombra han levantado muros tan altos en sus terrazas que cuando uno pasa por delante tiene la sensación de que allí dentro debe estar celebrándose una cumbre bilateral entre Estados Unidos y Corea del Norte.
Lo peor de esas casetas es que nunca sabes quién está dentro. Igual te encuentras al pelmazo que el día anterior arregló el mundo ante tus narices después de tomarse más de una jarra de rebujito. Bueno, entre una y siete estuvo la cosa. No olvide en estos casos que el asesino siempre regresa a la escena del crimen.
Tampoco es imprescindible buscar con tanta ansia el refugio de la sombra, porque el calor no está apretando como en años anteriores, a pesar de lo cual las nubes siempre se agradecen. Eso está propiciando quizá que el personal desembarque en el Real un poquito más temprano de lo que venía siendo costumbre de un tiempo a esta parte.
La Feria ha pasado ya su ecuador. Cuatro días y medio de fiesta que han dejado los bolsillos tocados..., y casi hundidos. La Feria ha subido ya la cuesta del martes. De aquí en adelante vamos cuesta abajo. Será cosa de dejarse llevar, poniendo a prueba la psicomotricidad...