La palabra salir hay que acotarla en este caso. No hemos salido de la pandemia, hemos salido de nuestras casas. Hemos salido masivamente el primer día ante el ahogo del confinamiento prolongado. Hemos visto las imágenes de paseos y playas llenos de gente. Pero no hemos visto la precaución por ninguna parte. Siete semanas de confinamiento para que salgamos todos juntos a la calle.
Creo que si en épocas de peste medievales se le hubiera informado a la población sobre lo que generaba los contagios hubieran tenido más sensibilidad que la que se está demostrando en el XXI.
Reñir a los demás está muy feo, sobre todo si es a los adultos, pero puede que si salimos sea por reactivar la economía no porque hayan dejado de producirse contagios y muertes. No nos alejamos de los métodos de la Edad Media, porque vamos a una inmunización por exposición que sólo llega a los más fuertes mientras los débiles seguirán cayendo.
Salir, había que salir, de qué va a alimentarse una población confinada y sin recursos. En el orden de prioridades comer va primero. El baile de las mascarillas también es de opereta. Subes por las escaleras en el hospital para no exponerte al ascensor y cuando llegas a la cuarta planta, te bajas la mascarilla porque estás asfixiada. Mucha gente la lleva por debajo de la nariz y hay quien ni siquiera la lleva.
Los médicos del XVI usaban una máscara de cuero, los de la provincia de Cádiz no reciben de la Consejería de Salud ni siquiera mascarillas quirúrgicas para atender en consultas externas. Debido a la escasez de protección con la que trabajan, sufrimos la vergüenza de ser la provincia con más sanitarios contagiados que pacientes.
Me gustaría que salir también fuera salir de la ignorancia y comprender la situación en la que nos encontramos, muy lejos de haber dejado el ojo del huracán. Claro que con tanta gente que de pronto es “experta” resulta difícil saber a qué atenerse. Recordemos que, por formación, tienen más fiabilidad los científicos especialistas en epidemiología que tienen años de experiencia en el tema, porque ya se dedicaban a esto antes.
Luego está la conspiranoia, han sido los chinos, dicen los americanos, para apaciguar a una población mucho más vulnerable que la europea por su elitista sistema de salud. Esto es una conspiración para acabar con los ancianos y dejar de pagar pensiones y medicinas, dicen otros. Pero siempre es más fácil ir a lo conocido, a lo que creía un campesino hace cuatrocientos años: algo habremos hecho para que venga este castigo.