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Hablillas

La azotea

La azotea es un paraíso íntimo y callado por donde se pasean los pensamientos y los pájaros.

Publicado: 11/04/2021 ·
20:15
· Actualizado: 11/04/2021 · 20:15
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Sola, acogiendo el mecido alegre de la ropa, regala a quien la visita un rato de alejamiento bañado de aire y luz para recuperar el equilibrio emocional. Es la corona que remata el pequeño reino de un hogar. A la acción de bajada se une el hecho de enfrentar de nuevo su contenido, una realidad doméstica más allá de los enseres de la familia que lo habita. No se utilizan, están desaprovechadas, se ha oído decir y puede haber parte de razón en los comentarios, ya que el clima, más bien el mal tiempo, limita el uso. También han ido desapareciendo al ser sustituidas por áticos, sin embargo las que quedan tienen un concepto enfocado a la distracción mientras los niños son pequeños y como lugar de reunión para los adultos, sobre todo durante el verano. Hace años que a la oscurecida surge y se acerca el olor de una barbacoa con ruido de menaje, acompañada de una charla distendida adentrándose en la madrugada. En cualquier caso, es una opción exclusiva de los moradores.

La azotea es evocación. Mientas se recoge la ropa, se desparrama el olor a limpio que ha acompañado desde la niñez, quedándose en la trama del tejido por el calor metálico de la plancha. El silencio por donde salta el cierre de las pinzas, es un compás para ir alineando todo cuanto conforma la rutina alterándola, mientras que las nubes vuelan alejándose, como estos minutos.

La azotea es un paraíso íntimo y callado por donde se pasean los pensamientos y los pájaros. Estas mañanas frescachonas son testigos de sus escarceos. Suelen ser tan breves como rápidos. Con los primeros brillos de la luz al blanquearse, se les ve acariciando la tranquilidad regalando trinos. El macho no se separa de la hembra, que lo engatusa mareándolo con tanto salto del pretil a la maceta, del escalón al suelo. Él la sigue sin mostrar cansancio. Solo deja de trinar mientras picotea una brizna. Después de ofrecérsela continúa con sus tonos aliterados hasta el chillido, con el fin de lograr una correspondencia unívoca para terminar de enamorarla. A esta hora, cuando los colores resbalan por las sombras, es posible contemplar cómo destacan los tonos de las plumas, del ocre al marrón en los gorriones, del naranja al verde en los agapornis, el negro brillante de los mirlos o la paleta multicolor en el lomo de los jilgueros. Esos minutos de algarabía son como un tónico que se ingiere por los ojos y los oídos, un revitalizante para encarar, acometer o cargar con las catorce horas mínimas de una jornada tan distinta a la anterior como a la siguiente, unidas por los buenos deseos y esos minutos en la azotea. Aunque no nos demos cuenta.

Ánimo y a por otra semana.

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