En buena parte de los géneros literarios españoles aparecen refranes y sentencias del tipo: “Cuando uno no quiere, dos no barajan”. Por citar un trabajo de los cientos que se referencian: Pio Medrano, de la universidad Interamericana de Puerto Rico publico su obra: “Refranes y frases proverbiales en un místico manchego: San Juan Bautista de la Concepción”. Abundando un poco el mismo Cervantes que algo usó de ellos advierte en don Quijote (II,43) a Sancho: “Mira, Sancho, no te digo yo que parece mal un refrán traído a propósito; pero cargar y ensartar refranes a troche moche hace la plática desmayada y baja”. Y para seguir el sabio consejo cervantino nos entretendremos en este que titula el artículo.
Esta sentencia que adopta otras formas como “Dos no riñen, si uno no quiere” tiene mucha miga. Suena de lejos, pero también se usa muy frecuentemente y muy cerca de cada cual. Hay quien lleva esta sentencia tan lejos que todo, absolutamente todo, se reduce a “tu propia mente”. Y si ello fuese así; ¿controlando cada cual su mente no sufriría nadie ningún daño, aunque éste fuese causado por la maldad de otros? Así el camino de la “auto-perfección” lleva a algunas personas a auto-defenderse de los males del mundo, ¿sin que se atisbe un solo reflejo de “empatía” por el daño que experimentan sus semejantes? Estas personas, se refugian en su “interior”, en el dominio y control de su mente, de sus emociones, con ese desapego de un budismo mal entendido, abandonando a sus congéneres a pesar del sufrimiento material que padecen. Porque, ojalá, pero no todo está en la mente de cada cual.
Si asumimos que el mal existe, que hay personas que lo ejercen, que asesinan, extorsionan, explotan, acosan, a sus semejantes, ¿cuál será la conducta humana requerida? ¿Ensimismarse en ese YO (uno, la esencia de la existencia) para ocultarse del sufrimiento propio y ajeno? En el evangelio de Lucas (6:29-42) dice Jesús “Si alguien te pega en una mejilla, ofrécele también la otra; y si alguien te quita la capa, déjale que se lleve también tu camisa.” Esto sería no discutir evidentemente. Y ese alguien que “por la cara” te da una colleja, ¿no se la dará a otras personas? El matón de turno ¿no abusará de los demás? ¿Qué hacer? ¿Seguir poniendo la otra mejilla? Y si se presencia como se abofetea a diestro y siniestro a otras personas ¿Qué hacer? ¿Encerrarse en la mente para controlar la indignación? O mejor ¿controlar la mente para no sentirla, para no sentir, para no experimentar la “incómoda” sed de justicia? No fue esa la conducta del mismo Jesús según Juan (2, 13-25) cuando “hizo un látigo de cordeles y (a los mercaderes) los echó del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas”
La deseable búsqueda de la perfección humana sólo es posible con una buena dosis de compasión por los otros seres vivos, todos los seres vivos. Aunque, en ocasiones queda encerrada ideológicamente en un constructo que conlleva un inmenso egoísmo, cómplice de quienes manejan los hilos del poder, ejercido para lo que entienden su propia “perfección”. Porque si para ser perfectos, esos inhumanos, necesitan ser ricos, inmensamente ricos, solo explotando a otras personas pueden conseguirlo. Porque si, para ser perfectos, necesitan ser todopoderosos, sentir que ejercen el dominio absoluto sobre la voluntad ajena, solo aplastándola podrán conseguirlo. Y si arrebatar la voluntad, los bienes, la dignidad e incluso la vida a otras personas, es el erróneo camino elegido para la “auto-perfección” de los malvados, ¿Qué posición adoptará quien fía todo al control de su mente?
Lejos iría la reflexión y conviene acotarla. Dos no riñen si uno no quiere, añadiendo “hasta cierto punto”. Porque siendo cierto que a la mente hay que atarla corto, también es cierto que lo que ocurre fuera de ella, en la realidad, tiene consecuencias dañinas. Y aunque estoicamente una persona puede soportar lo insoportable ¿dejaría por inacción que se dañara a otras? El mal existe, no es una invención de la mente, por lo tanto quienes llegan a asumir el “pacífico” papel de auto-protegerse del sufrimiento propio y ajeno, colaboran activamente con ese mal. No en vano todos los misticismos que avalan la contemplación y la inacción son muy bien venidos por la más crueles dictaduras. La vida modélica de Gandhi, y de miles de personas defensoras del bien, a lo largo de la historia, permite asumir la coherencia necesaria entre acción y contemplación.
Fdo Rafael Fenoy Rico