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Miércoles 13/11/2024
 
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Cádiz

Décadas de vida a la venta en Sagasta 14

Esta finca de Cádiz, que se encuentra en venta, fue una clínica ginecológica hasta mediados de los años 70

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  • Alejando Melero, uno de los hijos, en el patio donde se encuentra parte del mercadillo. -
  • Actualmente, su interior alberga un mercadillo con todo lo que quedaba en la finca
  • Desde espéculos hasta libros antiguos se pueden adquirir al menos hasta que se venda el edificio

“Finca en plena calle Sagasta, muy bien conservada, con superficie: planta baja más otras tres y azotea, fachada de piedra ostionera, patio de luces típico gaditano, escalera de mármol y portón antiguo con remaches de la época”. Así definen el número 14 de la citada calle, en venta desde hace más de un año. Aunque esa es la definición del continente, no la del contenido. 

Porque lo que alberga esa finca, tanto material como inmaterialmente, no cabría ni en mil anuncios. Durante décadas el edificio fue una clínica ginecológica que compartía espacio con la residencia familiar del doctor Pedro Melero Llovet. Estuvo al mando hasta que falleció en el año 1961, a los pocos meses de que lo hiciera su mujer. Al parecer le consumió la pena por la pérdida. Tomaba el testigo entonces su único heredero.

Su profesión, al igual que la de su padre, era la de traer niños al mundo. Sólo que él, a diferencia de su padre, se lo tomó al pie de la letra. Pedro Melero García, además de ginecólogo, fue el progenitor de doce hijos. “Cuando mi madre tuvo al onceavo y se quedó embarazada del último, mi padre dijo ‘o la clínica o los niños’. Entonces fue cuando la cerró, a mediado de los años setenta”, nos cuenta Inmaculada Melero, una de sus hijas. 

Pero antes de aquello fueron muchas las historias vividas entre las paredes de Sagasta 14. Originariamente, en la planta baja “estaba el despacho de mi abuelo, en el primer piso vivían ellos con mi padre y en el segundo estaba la clínica. El último piso en principio era un laboratorio, para analíticas y demás, pero con la ampliación del negocio acabó compartiendo espacio con una zona más de clínica”, explica.

Conforme la familia fue creciendo, Pedro Melero hijo tuvo que ir modificando aquella distribución. “Cuando llegó al séptimo hijo tuvo que prescindir de la última planta como clínica y utilizarla como dormitorios”. 

Inmaculada, o Mimi como la conocen, cuenta que el tiempo que compartieron su hogar con la clínica lo pasaron bien, aunque no siempre. Y es que cuando llegaban de madrugada las mujeres para dar a luz ellos escuchaban los gritos desde la cama. “Los cuatro mayores dormíamos en el tercer piso, que tendríamos entre 6 y 9 años, mientras que mis padres dormían en el primero con los pequeños. La clínica estaba en medio de los dos y había noches que lo pasábamos fatal. Porque a lo mejor llegaba una mujer de parto dando gritos, y nosotros nos preguntábamos qué estaría pasando. Hacíamos hasta apuestas y nos daban las tantas de la madrugada despiertos”.

“Mi hermana mayor le tenía pánico”, nos cuenta Mimi, aunque “finalmente acabó siendo enfermera”. Y es que la vocación sanitaria la habían mamado desde la cuna, literalmente. Confiesa que a ella en particular le encantaba todo aquello. Actualmente, de hecho, es matrona.  “Con seis años ya estaba viendo partos escondida tras las puertas” y “a los 13 ya ayudé a mi padre en uno de ellos”. 

Su padre trabajó después de cerrar la clínica en el Hospital de San Carlos, ya que era militar. Fue hasta mediados de los ochenta cuando desempeñó su labor médica en La Isla, concretamente hasta 1986 que le destinaron a Cartagena como director del Hospital de Marina. Volvió a Cádiz a los dos años como Director de Sanidad de la Armada, pero a los pocos meses le destinaron a Madrid porque le ascendieron a General de División de Sanidad. Después de eso ya no volvió ejercer la ginecología. 

De lo inmaterial a lo material

Tras la muerte de la madre hace unos años, los hermanos Melero Ordóñez regresaron a la casa. Allí quedaron, además de miles de recuerdos, un arsenal de enseres. Había cosas incluso que pertenecían a los abuelos. Es decir, casi tres generaciones guardadas en armarios y cajones. Muchas vidas entre aquellas paredes. 

Cuando Pedro Melero García cerró la clínica en 1975 donó gran parte del material al Hospital de San Carlos y centros especializados. Inmaculada, siendo matrona, se quedó con algo. Pero aun así, quedaban muchas cosas atesoradas en Sagasta, “porque mi padre era muy manitas, le gustaba arreglar relojes de cuco, tenía una maqueta de un tren que ocupaba una sala entera, le gustaba pintar”.

“Había tantas cosas que no sabíamos qué hacer con todo aquello. Así que se me ocurrió la idea de montar un rastrillo”, nos cuenta. “Hablé con el Ayuntamiento para saber si se podía hacer y me dijeron que si la venta no era en la calle venía a ser como si lo vendiera por internet, por lo tanto no había problema alguno”. 

Muchas cosas se pusieron a la venta de forma online. Algunas fueron adquiridas por anticuarios. Pero otras se dispusieron en la planta baja de la propia finca en un mercadillo improvisado que lleva funcionando más de un año, desde que acabara el estado de alarma. Allí suelen estar cada mañana Alejandro, Eva o la propia Inmaculada. “La idea era vender todo lo posible y con ese dinero poder mantener los gastos de la finca hasta que se venda. Y eso es lo que estamos haciendo, revertir el dinero en la propia casa”. 

De todos los hermanos "ninguno tenemos posibilidad de quedarnos con la finca, porque requiere una gran inversión de mantenimiento, y la mayoría de ellos viven fuera de Cádiz”. Así que actualmente se encuentra a la venta por 950.000 euros. En venta la finca y todo lo que queda dentro. El legado de décadas de una familia que se dispersa hoy por toda la ciudad. 

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