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Miércoles 16/07/2025
 

A curarse en salud

In memoriam

Como pediatra está todo dicho: es un orgullo ser tu hijo, porque has salvado a muchos pacientes incluso de una muerte segura

Publicado: 13/07/2025 ·
10:10
· Actualizado: 13/07/2025 · 10:10
  • Eduardo Arévalo.
Autor

Fernando Arévalo Rosado

Médico. Colaborador en Viva Barbate, Radio Barbate, Portal de Cádiz, SER deportivos, Onda Conil y Canal Sur (Salud al día)

A curarse en salud

Fernando Arévalo Rosado ofrece consejos y actualidad de salud sin jerga médica

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Cuántas veces pensé y temí que podía llegar este día, el de dedicarte un artículo a tu memoria en nuestro Viva Barbate. Aquí, donde hemos compartido columnas, reflexiones y conocimientos de escritura médica.

Todos nos hemos dado cuenta del deterioro físico —lógico por la edad—, que no psíquico, de tu organismo. Es más, tu mente siempre fue esa fuente de conocimiento y, a la vez, de exigencia, motor de tu cuerpo.

En toda esta vida me has acompañado como padre, enseñándome en persona tu pueblo, Granátula de Calatrava, en Ciudad Real, del que hablabas con orgullo. Cuando fallecieron tus padres, que eran maestros allí, doblaron por ellos las campanas de la iglesia. Y cuando les donaste la colección de minerales que te enseñó a componer tu padre, sentí ese vínculo aún más fuerte. Me enseñaste a hacer lo correcto, o aquello que dictara mi conciencia, y a asumir responsabilidades; a luchar como tú, porque no podías dejarme un negocio fructífero ni meterme en un empleo, pero sí pagarme los estudios de medicina, que fueron costosos. Incluso llegamos a estudiar juntos en tu despacho, porque el estudio fue para ti una constante. Y aquellas madrugadas de poco sueño las llenábamos con conversaciones mientras limpiábamos las peceras colmadas de escalares, guppys, guramis, platys, mollys... que tanto maravillaban a tus nietos. Todo lo que como hijo he pedido, lo he recibido, sin una sola queja por respuesta. Me enseñaste valores de respeto, humildad, generosidad y cariño, que he intentado —con mayor o menor acierto— llevar a cabo.

Como colega, aprendiendo y copiando tus recetas y prescripciones, siempre respondías a cualquier duda que me generaba un niño enfermo, acertando con tu diagnóstico y tratamiento. Te llamaba a cualquier hora y siempre me ofrecías esa respuesta oportuna y salvadora. Compartimos también momentos de descanso en la casa del mar, donde coincidíamos para tomar café y hablar de cualquier tema, médico o no, y donde me hiciste sentir uno más entre compañeros.

Contabas orgulloso aquella anécdota: salías un día de consulta y dos mujeres que iban por delante —sin verte— decían: “Qué buen médico y qué agradable es este muchacho”. La otra respondía: “Pues es el hijo de Don Eduardo”. Y la anterior exclamó: “Cuidao, con el genio que tiene el padre... y lo bueno que ha salido el hijo”. Y tú, para que no te vieran, disimulaste y te diste la vuelta orgulloso y sonriente, aunque te cayera ese “mal calificativo”.

Juntos acudimos a Cádiz a ver la última nota de mi carrera, precisamente Pediatría. Y ambos, con lágrimas en los ojos, nos abrazamos y me dijiste: “Ya eres médico”. Así eras tú, poniendo siempre a tus hijos por delante, llevando con orgullo nuestros pequeños logros y alabándolos sin medida.

Como pediatra está todo dicho: es un orgullo ser tu hijo, porque has salvado a muchos pacientes incluso de una muerte segura. Sé que aquellos a los que no pudiste salvar, junto con tus padres, habrán ido a recibirte para agradecerte tanto esfuerzo y dedicación. Esos angelitos celestiales barbateños seguro que te han colmado de besos y abrazos a tu llegada.

Hoy, sentado en la consulta que ocupabas —y que hemos compartido— en el Centro Médico El Carmen, me llueven los recuerdos: anotaciones en libros, calendarios vacunales, dibujos temblorosos de niños agradecidos, bolsas de gominolas que lanzabas y recogías, que también servían de exploración psicomotriz y con las que detectaste que un niño no padecía ceguera neonatal. El sonido del rodar de esa pantalla de rayos X en tu consulta privada, con la que explorabas a los pacientes, y que te provocó radiaciones que volvieron tus uñas más quebradizas... pero todo era poco si servía para complementar tus conocimientos. Un sabio que acertó con su profesión, porque, como siempre te dije, naciste para ser pediatra. Incluso tus propios compañeros, en más de una ocasión, te nombraron como el mejor pediatra de la provincia de Cádiz.

Como abuelo, me sorprendiste, porque llegaste a conectar con tus nietos de una forma distinta. A mí, de pequeño, me reñías por subir los zapatos al sofá; a ellos se lo permitiste, porque —como decías— “cómo va a durar más ese sofá que yo... que le den por c...”.

Aquellas clases magistrales de historia, adornadas con los nombres de los caballos que luego les preguntabas: Babieca, el del Cid Campeador; Bucéfalo, el de Alejandro Magno; Othar, el de Atila; o el más conocido, Rocinante, el de Don Quijote. Eras capaz de captar toda su atención con las hazañas de tu infancia, que contabas como si las estuvieras viviendo en ese mismo instante. Siempre dije que la universidad había perdido un grandísimo profesor de Pediatría. Nos dejabas embobados con tus relatos y, aunque ya los conociera, me encantaba volver a escucharlos. Porque, como bien dice Alejandro, tu nieto: “El abuelo es un genio”.

Ahora nos dejas con todo tu trabajo hecho, pero con tanto vacío por cubrir, en esta montaña rusa de emociones donde incluso el sentimiento de alegría por tus vivencias me genera culpabilidad, y la tristeza de tu ausencia aflora con fuerza en mis ojos, convertida en lágrimas de añoranza y desolación. “Es ley de vida”, me dicen. Pero ¿quién puede escribir o dictar esta maldita ley que te priva del compañero, del padre, del sabio, del amigo... aunque sea a los 88? Ayer habrías cumplido 89 años.

En esos momentos, mirando al infinito, me invaden tus recuerdos, tus consejos, tus poesías... La huella de ser polifacético me impregna de orgullo, pero también de una orfandad intensa.

Gracias a todo Barbate, amigos y familiares, por acompañarnos en estos duros momentos, especialmente a quienes no dudasteis en acudir hasta Chiclana para despedirlo y estar a nuestro lado.

Solo pido que, dentro de muchísimos años, me pase como a ti, que dijiste antes de morir: “Mis padres están aquí”. Y vengas, junto con mamá, ese día a acompañarme en ese místico y desconocido viaje.

D.E.P. Don Eduardo Arévalo Herrero.

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