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Martes 26/11/2024
 

A(Em)prendiendo

El activo más valioso

En cualquier manual sobre gestión de empresas encontramos que las personas son el activo más valioso en cualquier organización

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En cualquier manual sobre gestión de empresas encontramos que las personas son el activo más valioso en cualquier organización. Es un mantra que se repite tanto como se incumple. Del dicho al hecho suele haber mucho trecho y, en muchas organizaciones solo se aprovecha una pequeña parte del talento, habilidades y capacidades de sus empleados. Los motivos pueden ser diversos: conocimiento incompleto de todo lo que puede aportar cada persona, falta de condiciones adecuadas, de liderazgo, motivación y comunicación, para que el talento de cada persona pueda desarrollarse y dar frutos que beneficien a la organización de la que forma parte. 

La relación entre empresa y trabajador debe ser mutuamente beneficiosa. Si la empresa considera que está aportando en la relación laboral más que el empleado, antes o después ejercerá su autoridad para equilibrar el intercambio, requiriéndole a aumentar su contribución, rebajando su retribución, o cesando la relación. Si es el empleado quien considera que está aportando más de lo que recibe, es más fácil que la empresa no perciba de forma temprana su malestar por este desequilibrio, si no tiene un sistema adecuado para saber qué ocurre con su personal. Cuando, además, la retribución está vinculada a la categoría profesional y no tiene en cuenta la aportación real individual de cada empleado, aquellos más capaces es posible que acaben haciendo menos de lo que pueden, tanto para no desentonar con el resto de los compañeros de su categoría, como porque no reciben compensación diferencial por hacerlo. En caso de que esos empleados sean competitivos y puedan obtener mejores condiciones en otra empresa es cuestión de tiempo que se vayan, con la consiguiente pérdida de talento, formación y conocimientos, e incluso es posible que acaben trabajando para la competencia.

Steve Jobs decía: “no tiene sentido contratar a personas inteligentes y después decirles lo que tienen que hacer. Nosotros contratamos a personas inteligentes para que nos digan qué tenemos que hacer”. Algunos directivos dicen que quieren reclutar y retener personas con talento, pero no se sienten cómodos con empleados que sean mejores que ellos, y su recurso es anularlos usando su autoridad, despedirlos o empujarles a renunciar y que se vayan. Esos directivos creen que ganan porque se salen con la suya, pero realmente empobrecen la empresa al perder buenos empleados y todas las oportunidades que ello supone. Con estos empleados pasa como decía el poema de Mío Cid: “¡Dios, qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!”.

 

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