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El cementerio de los ingleses

La despedida, Amaral y la cultura de la violación

La visibilidad de unos senos sin censura puede parecer cosa baladí. Sin embargo, no lo es en cuanto a la igualdad y al avance mental que tanta falta hace

Publicado: 20/08/2023 ·
19:14
· Actualizado: 20/08/2023 · 19:21
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Autor

John Sullivan

John Sullivan es escritor, nacido en San Fernando. Debuta en 2021 con su primer libro, ‘Nombres de Mujer’

El cementerio de los ingleses

El autor mira a la realidad de frente para comprenderla y proponer un debate moderado

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«Ahí estaba, sin recordar nada, preguntándose qué hacía en ese tren. Estaba cansada, pero con la sensación de haber pasado un fin de semana de fiesta memorable. Veía a la gente sonreír al mirarla, a lo que correspondía con una grácil expresión en su rostro. Se llevó la mano a la frente y notó un ligero roce. Sí, aún llevaba puesta la diadema con un falo de goma. Ruborizada y divertida a la vez, se quitó la diadema y observó que de la forma fálica que la coronaba colgaba un tanga verde pistacho. Su corazón dio un vuelco mientras se preguntaba qué diablos había hecho esa noche. Pero el mismo respingo desplazó levemente a la resaca y trajo algo de lucidez. Al menos, recordó ese detalle. Para asegurarse, con disimulo, palpó sus caderas por encima del vestido color Burdeos mientras se percataba de que unos chicos la miraban desde un asiento cercano. Suspiró aliviada al sentir el tacto de las costuras en sus manos, las braguitas seguían en sus sitio. El alivio, a la vez, trajo una cierta sensación de fastidio: la sensación era desconcertante y divertida a la vez pero, ahora, moría en la llegada de esa lucidez que hacía encajar las piezas. Con cierto descaro, miró a sus espectadores del asiento cercano: Hello, Kitty, dijo guiñando un ojo. Rió ante las caras de pasmo mal disimulado. Se preguntó por qué sólo ellos podían ser descarados mientras que ella sería juzgada por todo el vagón por lo mismo. A estos machos alfa les gusta tirar la caña pero, si alguna mujer picaba a pecho descubierto, se sonrojaban como esas colegialas de la más cutre serie anime».

Este relato, escrito a cuatro manos junto a mi compañera y amiga Patricia María Gallardo Soriano, no es más que una broma entre los dos cuando me dijo que se iba de despedida de soltera. Pero si lo unimos al pase de pechos que se marcó Eva Amaral este fin de semana contra la censura al cuerpo femenino, queda de lo más reivindicativo. Y es que, no hace tanto, Rocío Sáiz vio detenido su concierto en Murcia por enseñar su torso. Esto con Iggy Pop no pasaba. A Rigoberta Bandini la criticaron muchísimo el año pasado por su Ay, mamá y por haber mostrado sus pechos en más de un concierto de su gira. Y ya no hablemos de las redes sociales, donde puedes descuartizar al gato en directo sin que pase nada pero hay que poner muñequitos tapando los pezones de las mujeres para que no nos cierren la cuenta.

La visibilidad de unos senos sin censura puede parecer cosa baladí. Sin embargo, no lo es en cuanto a la igualdad y al avance mental que tanta falta hace. Yo podría ir sin camiseta por la calle y, a lo sumo, habría quien lo vería como una falta de decoro, pero poco más. Si lo hace una mujer, será tildada de buscona, volverán los comentarios vomitivos justificando lo que le pueda pasar (ya me entienden ustedes) y se formará un escándalo de proporciones bíblicas (alguno arrancaría adoquines para lapidarla si pudiera). Y es que la sexualización de los cuerpos, la cosificación de la mujer y el doble rasero moral siguen vigentes aunque, de boquilla, sea un tema más que superado. El caso de las redes sociales llama la atención por cómo se produce. La cláusula de las políticas comunitarias infringida por el pezón femenino es la que habla de desnudez y pornografía. Teniendo en cuenta que esa misma desnudez masculina no infringe esas mismas normas, ¿saben qué mensaje nos transmiten? Exacto, nos están diciendo de facto que el cuerpo de la mujer es pornográfico. En otras palabras, no sólo lo sexualizan sino que lo convierten en algo demonizado, pernicioso y que impide que la red social de turno sea un entorno seguro. Vamos, que a Facebook, Instagram y demás sí les dan miedo vuestras tetas, chicas.

A dos amigas mías las insultaron en la playa por desnudar sus pechos. Les dijeron que luego pasa lo que pasa, si es que lo estáis buscando. Se justifica la potencial violación culpando a la potencial víctima e imponiendo la ocultación de su cuerpo, en lugar de poner el foco en el potencial agresor. ¿Más muestras del machismo persistente hacen falta cuando la cultura de la violación sigue presente? Bueno, sí, que vengan con la demagogia de que las feministas deberían protestar en Irán o Afganistán. Eso siempre me ha dado coraje. Que unos países se queden atrás en materia de igualdad no significa que aquí no podamos seguir avanzando. Manía que tenemos en España de mirar a los países que vemos por el retrovisor en vez de mirar hacia delante y tratar de ser como los países nórdicos, más abiertos de mente en estas lides. Porque si aquí fuéramos un país de mente abierta, los pechos de Eva Amaral o de Rocío Sáiz tendrían la relevancia informativa de un amanecer cualquiera. Sin embargo, siguen siendo un escándalo. Incluso, una Revolución.

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