La vida es bella
Eran las tres de la tarde y puse la lavadora, de momento se nos entró en casa toda la barbarie cotidiana de este loco mundo...
Eran las tres de la tarde y puse la lavadora, de momento se nos entró en casa toda la barbarie cotidiana de este loco mundo. Las imágenes no eran muy fuertes, había pasado lo gordo y sólo narraban los daños provocados por los atentados de Bombay. Mi hija de siete años no suele nunca ver los telediarios, pero esta vez, por tardanza en reaccionar se nos colaron los trapos sucios en casa y ella con los ojos fijos en la tele me pregunta lo primero así de golpe: “mamá qué es un atentado”. Por no mentirle, que me cuesta, empecé a explicarle que algunos hombres malos ponen bombas y… paré en seco. “No hija no, no he dicho bomba, he dicho boda, esto es una boda”- cientos de personas vagan de un lado a otro- “¿Y los novios?” me dice con su lógica aplastante- “pues ahora salen”, pero no salieron los novios, salió un edificio en llamas, y ella sigue, con esa perseverancia del Principito de Saint-Exupéry (dibújame un cordero) “¿Mamá qué es eso?”- pues un accidente, hija, que ha habido un accidente. “¿mamá y esos quienes son?”- (los policías indios vestidos de uniforme vigilan y protegen a los turistas). Esos son los invitados, le digo, “¿mamá, y los novios?”- De repente aparece una pareja en uno de los canales contando su experiencia, todo de una normalidad apabullante, esta es la mía… Mira, los novios, ahí están los novios… después- tengo una suerte loca- un cura pronuncia unas palabras en recuerdo de las víctimas… Mira, hija, el cura. Ella se queda, medio satisfecha con sus ojillos pegados a la tele tratando de interpretar aquel curioso acontecimiento.
Todo esto es difícil de asumir para un adulto, pero resulta imposible explicárselo a un niño. Todo esto, la desesperación y la muerte forma parte de nuestro resumen diario en la televisión, brutal y sin sentido, a nosotros nos resulta conocido y familiar, pero a ellos no.
Yo aprovecho para apagarla, es inútil cambiar de canal. Ojalá la vida pudiera cambiarse de canal. Me acordé entonces de la película de Benigni, ‘La vida es bella’, me vi de repente urdiendo una mentira piadosa para evitarle a mi hija la pesadilla y la tragedia, para que siga viendo y viviendo la vida amable que nos rodea. Curiosamente daba el pego, todo aquello podía pasar por una boda. Todo el horror del que el ser humano es capaz, puede pasar por una boda, un bautizo o por un videojuego, nosotros vivimos esta celebración irreal, con increíble normalidad, mientras medio mundo se mata al otro lado de la antena y a veces más cerca. Esta mezcla de terror y destrucción con la vida es bella de nuestra sociedad hedonista del siglo XXI, ese contraste brutal de realidades, lo que yo llamo la paradoja de Isabel, es lo que tiene.
Sin embargo, sí hay esperanza, porque nuestro edificio se sostiene por muchísima gente honesta, amable, que cada día nos da lecciones de vida sobre lo que importa y lo que no.
Todo esto es difícil de asumir para un adulto, pero resulta imposible explicárselo a un niño. Todo esto, la desesperación y la muerte forma parte de nuestro resumen diario en la televisión, brutal y sin sentido, a nosotros nos resulta conocido y familiar, pero a ellos no.
Yo aprovecho para apagarla, es inútil cambiar de canal. Ojalá la vida pudiera cambiarse de canal. Me acordé entonces de la película de Benigni, ‘La vida es bella’, me vi de repente urdiendo una mentira piadosa para evitarle a mi hija la pesadilla y la tragedia, para que siga viendo y viviendo la vida amable que nos rodea. Curiosamente daba el pego, todo aquello podía pasar por una boda. Todo el horror del que el ser humano es capaz, puede pasar por una boda, un bautizo o por un videojuego, nosotros vivimos esta celebración irreal, con increíble normalidad, mientras medio mundo se mata al otro lado de la antena y a veces más cerca. Esta mezcla de terror y destrucción con la vida es bella de nuestra sociedad hedonista del siglo XXI, ese contraste brutal de realidades, lo que yo llamo la paradoja de Isabel, es lo que tiene.
Sin embargo, sí hay esperanza, porque nuestro edificio se sostiene por muchísima gente honesta, amable, que cada día nos da lecciones de vida sobre lo que importa y lo que no.
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