Observando estupefacta la larga cola que había en una clínica para ponerse labios, no sé por qué se me vino a la cabeza la bucarofagia, una práctica de belleza del siglo XVII.
Este palabro de bucarofagia que tan poco suena en la actualidad es claro en su significado: comer búcaro. La ingesta de arcilla a parte de una fuerte inflamación abdominal producía una gran palidez que era el efecto deseado por quienes la practicaban. No era extraño encontrar, los botijos mordidos, en el siglo de oro español.
Podemos llevarnos las manos a la cabeza con semejante acto, el malestar abdominal lo que daba es una malísima cara. Eso era hermosura en el Barroco y ahora unos labios como salchichas también, a cada tiempo lo suyo, el absurdo no es patrimonio de una época concreta.
Los sacrificios que la belleza exige llena los quirófanos en el siglo XXI. Ponerse unos pechos extra grandes es la ilusión de muchas jóvenes y no tan jóvenes, aunque les produzca dolor de espalda o le exploten las prótesis. En la Edad Moderna se llevaban los senos pequeños y se vendían ungüentos que decían impedir su crecimiento. Algunos tratadistas de la época decían que unos pechos hermosos eran los que apenas apuntaban. Las jóvenes alemanas del XVI, se depilaban la entrada del cabello para lucir una frente más amplia, era un signo estético muy apreciado. Aún podemos observarlas en muchos cuadros de famosas pinacotecas. No coincidimos ahora en que sean más hermosas por eso, pero ellas sí se encontraban bellas.
Encontrarse bello ha sido una esclavitud desde muy antiguo pero nunca tanto como en la actualidad. Cómo se hubieran reído los egipcios que se rapaban para llevar peluca de un ano blanqueado. Tanto como nuestros hijos cuando nos ven en las fotos con esas gigantescas hombreras que nos poníamos.
En fin, puede parecer raro que una cola para relleno de labios me llevé a la bucarofagia pero a cada uno según lo que lleve en la cabeza, la mía va cruzando los círculos de la historia, comparando las cosas que se hacen o hacían para estar más guapos
