Los veo caminar por las calles, hombres y mujeres ataviados con sus uniformes verdes, el color de la esperanza. Caminan con serenidad, con un propósito noble reflejado en sus rostros. Van hacia hogares que, aunque llenos de recuerdos, muchas veces están vacíos de compañía. Van hacia personas que esperan, a veces con ansiedad, a veces con resignación, ese toque humano que les devuelva algo de luz, algo de calor.
No llevan capas, ni hacen ruido. Pero son héroes. Héroes cotidianos que no aparecen en las portadas, pero que cambian vidas a diario. Son los trabajadores de Hemsa, la Empresa Municipal de Ayuda a Domicilio, una de esas iniciativas que dignifican a un pueblo entero.
Su labor es de las que no se ven fácilmente, pero que se sienten profundamente. Van de casa en casa no solo a ayudar a lavarse, vestirse o alimentarse. Van a escuchar historias, a sostener manos temblorosas, a mirar a los ojos a alguien que lleva días sin hablar con nadie. Van a ofrecer algo tan simple y, a la vez, tan valioso: presencia.
Porque cuando uno envejece, lo que más pesa no son los años, sino el silencio. La soledad es una sombra que se alarga cuando nadie la nombra, cuando la puerta no suena, cuando la voz se apaga en los pasillos. Y allí están ellos, vestidos de verde esperanza, llevando palabras que curan, gestos que reconfortan y, sobre todo, tiempo. Tiempo de calidad, tiempo humano, tiempo compartido.
Y no es que estas personas no tengan familia. Muchos tienen hijos, nietos, sobrinos… Pero el ritmo de la vida es cruel a veces. El trabajo, las prisas, los horarios. Todos los queremos presentes, pero no todos podemos estarlo. Por eso, cuando Hemsa entra en escena, no solo ayuda a quienes están solos: también da tranquilidad a quienes aman, pero no alcanzan.
Detrás de cada visita hay una historia. Un café servido con mimo, una canción que se canta bajito, un álbum de fotos que se vuelve a abrir. A veces, la tarea no es otra que sentarse y escuchar. Y ese simple gesto puede salvar un día entero, puede cambiar una vida.
Qué acertada fue la decisión del Ayuntamiento isleño al crear esta empresa municipal. Qué gran acto de amor colectivo. No hay política más humana que aquella que protege a quienes ya lo dieron todo. Porque cuidar a nuestros mayores no es una obligación: es un acto de justicia, de gratitud, de humanidad.
Y todavía queda tanto por hacer. Son muchas las personas que siguen esperando, muchas puertas que necesitan ser tocadas. Ojalá esta plantilla crezca. Ojalá se multipliquen los uniformes verdes por nuestras calles. Porque cada uno de ellos es una semilla de esperanza sembrada en el corazón de nuestra ciudad.
Verlos pasar es ver que hay futuro. Porque en sus pasos va el presente que cuida del pasado. Porque cuando alguien cuida así, lo hace por todos. Porque, al final, todos –todos- necesitaremos alguna vez una mano tendida, una palabra amable, una voz que nos diga: “No estás solo”.
Gracias, Hemsa. Gracias por ponerle rostro humano a la ayuda. Por ser puente, por ser consuelo, por ser familia cuando la familia no puede estar. Gracias por cada gesto, por cada visita, por cada mirada que devuelve dignidad.
Bravo por ustedes. Bravo por quienes lo soñaron. Y, sobre todo, bravo por quienes, en silencio y con corazón, hacen que suceda.