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Una feminista en la cocina

Mentiras

Alguien debería decirle a Putin que no hay nada que dure, ni siquiera el amor verdadero

Publicado: 30/05/2025 ·
08:39
· Actualizado: 30/05/2025 · 08:48
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Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Trump y Putin

Putin quiere la paz duradera sin prozac, ni viagra, sino a pecho  lobo, porque no fue él quien inicio el conflicto-já-, pero sí quien quiere acabarlo. Me encanta la flexibilidad moral de los políticos, su genuflexión al poder y la perpetuidad dinástica. Un político es una casta insobornable a la verdad, la ética, la filosofía o la sensatez más palpables. Es un género fluido existencial que cual vericueto que nunca acaba, se perpetúa sin rostro- ni nombre-, ni mucho menos partido que le socorra. Que no existe, se crea. Que va bien, se extenúa, se multiplica, se corrompe, se corroe y luego, al traste con la parafernalia, porque el político sigue lavado, maquillado, envejecido y roto, cascando como gallina ponedora, pero aun dando guerra o pidiendo paz. Duradera. Como las secuelas de las secuelas de las películas Disney. Alguien debería decirle a Putin que no hay nada que dure, ni siquiera el amor verdadero.  Solo son duraderos los que han caído en la guerra. Esos sí que son duraderos; La pobreza que se ha generado, el destierro obligado, el odio, el miedo. Duradera, la tristeza por lo que se perdió, por esa paz que se burló y tiró por los suelos, por las masacres, por las bombas, por la destrucción.

Eso durará más que él y los dirigentes que lo sigan, más que aquellos que estuvieron como testigos directos y más que los libros de Historia que les enseñarán a nuestros nietos, la guerra que no lo fue, junto con el covid y las bolsas negras. La paz es un frágil croissant apoyado en la esquina del patio de un colegio, es un ave del paraíso trasladada al infierno. La paz no se vende -ni se compra-, sino que se ultraja. No se pude pedir paz con alevosía, nocturnidad, ni jactancia. La paz se reclama y se implora, se invoca y se alienta, porque no es trueque de necios, ni de uso comercial aleatorio. Pero qué le vamos a pedir a un político principal en su trono cristalizado, qué le vamos a pedir a quien se ha criado siendo lo que es y viviendo cómo vive. Qué vamos a pedirle a un político de raza que solo vive por y para perpetuarse en el poder. No es que les tenga asco, es que me agotan con sus versículos, sus tiranías, sus discursos vacíos, sus reglamentos y decretos, sus tiras y aflojas en medio de los días, los meses, y los años, mientras nosotros les miramos con aceptación, con rabia, con adoración, con odio, con indiferencia o incluso con los intestinos fuera. Políticos que nos llevan a la ruina, a la guerra, a la dictadura, a la masificación, al destierro, a creernos que son buenos porque tenemos pan y circo, o a debatir por qué son malos cuando se nos puede entumecer la lengua de hablar, pero nunca solucionaremos nada.

Somos tan crédulos como eran los que estaban bajo la tiranía de los nazis sin poder escapar de ella hasta que fue demasiado tarde y se convirtieron en humo de chimenea. Tan crédulos como para votar -y votar- cada 4 años, porque amamos la libertad y creemos firmemente que la democracia es el mejor sistema político para gobernarnos a nosotros mismos y quitarnos la morralla barriobajera que nos inunda ¿Se acuerdan de los escraches, de los nombres de todos los que se enriquecieron- y prosperaron- gracias nuestros sueños?,  porque yo los veo pasear su vejez- o sus niños- junto al río , tranquilos y ufanos . Se llevaron caudales invisibles a los ojos mortales  y nos dejaron- a cambio- con las narices a dos palmos y la tostada quemada, y caída, sobre su propia miga.

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