El PSOE fue, durante décadas, una fuerza esencial para la consolidación de la democracia en España. Supo construir consensos, moderar tensiones y anteponer el interés general al partidismo. Hoy, sin embargo, muchos se preguntan si ese PSOE sigue existiendo.
Pedro Sánchez, cuya vuelta al liderazgo se cimentó sobre la movilización de las bases más radicalizadas, ha impuesto una lógica interna basada en la exclusión de toda discrepancia. Su modelo es el de un liderazgo sin contrapesos, sin crítica y sin frenos. Tras las últimas elecciones, lejos de asumir responsabilidades por los malos resultados, optó por pactar con partidos que atentan contra la unidad nacional y la memoria de las víctimas del terrorismo, traicionando compromisos electorales y principios socialistas como la igualdad y la solidaridad.
El precio de gobernar ha sido alto: cesiones legales, privilegios territoriales y el desprestigio de instituciones fundamentales como la justicia o la Guardia Civil. Pero el mayor daño lo sufre el propio PSOE, que ha pasado de ser un partido con vocación de Estado a ser un instrumento al servicio del poder de un solo hombre.
La última intervención del líder socialista desde la sede del PSOE, cargada de maquillaje físico y verbal, son un fiel reflejo de la decadencia a la que ha llevado a este histórico partido.
La historia pondrá a cada cual en su sitio. Pero si el PSOE no actúa con valentía, dejará de ser rehén de Sánchez para convertirse, con pleno conocimiento, en su cómplice