“Hemos cruzado los brazos…” decían las sevillanas. Cierto. Para los catetos “refinados”, los partidarios de anular nuestros valores con un toque de modernismo salvaje, eso era “evolución” y “modernización”. “Modernización” fue la apertura de una nueva vía que sólo supo traer a la calle Imagen edificios ya anticuados. Así de rápido funciona la moda arquitectónica, o el mamotreto de la Encarnación, rechazado en Berlín, pero pretendido “nuevo icono” de Sevilla, rompedor integral de la armonía de la plaza y de su entorno.
Eso decían las sevillanas, pero muchos no los han cruzado, siguen activos en su cerrazón por confundir modernización con destrucción. Los enemigos de la conjunción estética, los seudo reformadores y “modernizadores” a costa de la pérdida de identidad, los amigos de una supuesta modernidad vacía y destructiva. Porque las ciudades se deben modernizar, evidente, pero no en el actual concepto “sólo lo nuevo es bueno”, y por ello destruyendo lo existente para desfigurar nuestra personalidad, nuestra verdadera originalidad, porque copiar a otras ciudades no es original, e imponer algo pretendidamente nuevo, moderno, pero falto de estilo, de alma, de creatividad, aún menos. Cuando se viaja para conocer otros lugares, carece de sentido igualar todas las ciudades.
Se deben modernizar, claro y se agradece, cuando aporta originalidad, creatividad en vez de ramplonería al uso. Pero fuera de su casco histórico no cambiando el sabor de lo existente con una sustitución desangelada, como la calle Imagen, incluso insultante, mayestática, como los hongos de la Encarnación, o monótona y repetitiva con otras obras exteriores como la Torre Pelli.
Se puede modernizar sin destruir, sin desfigurar. Basta con respetar la estructura y construir lo moderno fuera del casco histórico. El resto de la ciudad agradecerá cuanta modernidad se quiera, más, si además es creativa. El problema es renunciar a una obra vanguardista, como la de Saha Hadid, si no se podía colocar sobre el esqueleto de unos jardines ya consolidados.