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La lisis del aire

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El temor a ser demasiado verborrágico cercena la función primera del silencio natural, sea cual sea. Este silencio natural del que hablamos no peca porque no camina y no aúlla porque ya es anciano, en cambio fluye porque es agua de manantial procaz-¿qué manantial no lo es?-. Por ende, también ahoga a quien se deja apresar por el pánico, ya que en la mayoría de los casos uno se hunde porque permite que se le paralicen los huesos y no porque no sepa nadar.

Asociar el miedo a las palabras o a los silencios por lo que representan y no por lo que contienen es alabar a dioses lejanos-¿qué dios no lo es?-cuyos ecos prometen la seguridad de la tradición. Pero no hay verdades nuevas en lo tradicional, solo la comodidad de una realidad pasada que ha sido congelada y mitificada, que perdura fría y reproducible. E igual que pasan estas realidades pasan aquellas aguas, jamás debemos retenerlas con el fin de tener el botiquín repleto de primeros y segundos auxilios. He aquí un ejemplar insulto desvelador de nuestra furiosa hipocresía: convertir unos artículos de primera necesidad en otros de primeros auxilios. Sin embargo, será mejor no ahondar en este concepto por el momento. Hipocresía es una palabra que duele en los oídos de los más hipócritas.
Por último, habiendo diferenciado lo esencial de lo prescindible, surge la necesidad de encontrar bastiones de barro-¿qué bastión no lo es?-en los que crear mundos propios: la literatura de ficción o el fútbol de tercera regional, el jazz de bares enrojecidos o el sexo con múltiples amantes, el olor  a  tierra mojada o el recuerdo impreso en la frente marchita. Pero si estos baluartes resultaran frívolos porque lo efímero les es innegablemente intrínseco, la opción de dormir al aire libre no sería ningún disparate, después de todo.

Salvando las distancias con cualquier manual de autoayuda actual, llamemos “conocimiento” a lo leído con anterioridad. Consecuentemente, y siguiendo una de las sentencias más afamadas del Che, acabamos de hacernos responsables de este saber. Pero que no se desvelen aquellos atascados en el proceso de interiorización, siempre nos quedará Cúnigan.

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