Lo malo que tiene tomar decisiones descerebradas es la necesidad, luego, de usar el cerebro para poder explicarlas.
En septiembre el año 2005, cientos de inmigrantes intentaron entrar en España y un hombre llegó a morir al engancharse el cuello en uno de los alambres de espino colocados en Ceuta.
Una semana después fue un guineano quien se abrió literalmente el brazo en el mismo lugar: veinte centímetros de carne abierta por cinco de ancho.
Aquel sin sentido lo aprobó el Secretario de Estado de Seguridad del Gobierno de Rodríguez Zapatero quien dijo después que le había sorprendido este método y se procedió al desmontaje.
Apenas si existe diferencia entre un Estado que intenta protegerse así de los extranjeros y la finca de un marqués que pone cristales para que los chiquillos no les puedan coger las manzanas.
Ahora, este Gobierno ha puesto, de nuevo, las cuchillas y se enfrenta a un descontrol tremendo al tener que explicarlo y justificarlo.
No les ha valido la nefasta experiencia del Gobierno socialista y, ahora, Rajoy, dice que tiene que estudiar el efecto que causa en las personas.
Tras cruzar desiertos y océanos con bebés a cuestas arriesgándose a morir de hambre y de sed, ahora otra vez se enfrentan a las cuchillas.
Como mucho se quedarán unos medio muertos y otros llagarán rajados a España, algunos abiertos en canal y la mayoría con la cicatriz del recibimiento de Occidente.
Pero llegarán; escapan de una pobreza tan desconocida que ni siquiera les disuade la idea de entrar en un país que les pone al final de la escapada un instrumento de tortura que les sirve para dejarles marcados en la vida que les queda por delante más que para pararles en el mundo que dejan por detrás.
Algeciras a 2 de diciembre de 2013
Patricio González