Otro síntoma característico son los delirios, que se pueden definir por alteraciones en el contenido del pensamiento que implican creencias falsas que se sostienen con firmeza a pesar de existir pruebas contradictorias y de que no coinciden con la realidad. En estos delirios el sujeto puede creer ser perseguido, creer que ha cometido un pecado terrible, que intentan hacerle daño, que una fuerza externa controla sus conductas y pensamientos, hasta creer que se tienen poderes o que se es famoso, que tiene una enfermedad o anormalidad en su cuerpo, que algo ha ocurrido porque lo ha provocado él mismo o que su pareja le es infiel.
Del mismo modo, en la esquizofrenia es habitual presentar trastornos de la conducta. Si bien suele darse una disminución de la energía e iniciativa, en las fases agudas puede aparecer una gran excitación que puede ser peligrosa para las personas que le rodean y para su seguridad personal. Además, la conducta es poco coordinada, imprevisible e inapropiada.
Hay que añadir que muchos de estos sujetos se manifiestan indiferentes o apáticos, presentando sus emociones superficialmente, lo que demuestra un empobrecimiento y embotellamiento emocional. Del mismo modo, suele ser habitual bloqueos en el curso del pensamiento que dan lugar a un lenguaje disgregado, incoherente y lleno de neologismos.
Dentro de la esquizofrenia podemos establecer una clasificación en función de los síntomas que se presentan:
- Tipo Paranoide: Ideas delirantes, alucinaciones auditivas y suspicacia extrema.
- Tipo Desorganizado: Lenguaje y comportamiento desorganizado junto a una afectividad aplanada o inapropiada.
- Tipo Catatónico: Alteración de tipo motor que comprende estupor, negativismo, rigidez, excitación.
- Indiferenciada: Cuando no se puede incluir en algunos de los tipos conocidos.
- Tipo Residual: Cuando ha existido un episodio psicótico, pero al momento del diagnosticar no existe sintomatología psicótica, pero sí embotellamiento emocional o retraimiento social.
- Tipo Simple: Inicio insidioso y progresivo de comportamientos extravagantes, disminución del rendimiento general e incapacidad para satisfacer las demandas sociales. No se presentan alucinaciones ni delirios.
La mejor opción de tratamiento es la que incluya secuencialmente farmacoterapia, psicoterapia familiar y programas de rehabilitación psicosocial. Es muy importante explicar al paciente y a su familia la naturaleza y el curso del trastorno. Y resulta esencial entrenar al sujeto en habilidades sociales, solución de problemas y afrontamiento. Todo ello intentando potenciar y rehabilitar capacidades cognitivas afectadas, así como crear un ambiente menos complejo y tenso al sujeto que le permita adherirse al tratamiento y prevenir las recaídas.
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