Autonomía del paciente
La relación médico-paciente ha cambiado sensiblemente en los últimos decenios, y de ello he sido testigo...
La relación médico-paciente ha cambiado sensiblemente en los últimos decenios, y de ello he sido testigo. Antaño, el binomio médico-enfermo se regía por el principio de beneficencia, según el cual el médico es quien mejor conoce de la enfermedad, y su consejo será altamente beneficioso en orden a la curación, por lo que el paciente ha de acatar dócilmente sus directrices diagnósticas y terapéuticas. Ahora domina el principio de autonomía del paciente, que postula un consentimiento informado: el médico debe explicar, en la forma más comprensiva posible, la naturaleza del mal y los recursos para su corrección; pero a la postre, será el enfermo quien decida si acepta o rechaza el consejo del clínico.
Esta nueva pauta se ha puesto de manifiesto en forma nítida y dramática en el caso de la adolescente británica Hannah Jones, quien ha rechazado de plano el consejo médico de trasplante cardíaco. Hannah sufrió una leucemia aguda (calificada de 'rara') a los 5 años, que obligó a un complejo y prolongado tratamiento, como consecuencia del cual quedó afectado su corazón de forma indeleble. Ignoramos muchos detalles sobre este caso: el tipo de leucemia (la más frecuente en esas edades es la linfoblástica aguda, pero aquí se habla de variedad rara); la índole de la terapia antiblástica aplicada (quizá incluyera alguna antraciclina, como adriamicina o idarubicina, de reconocida cardiotoxicidad), y la naturaleza de su cardiopatía aunque se habla de que había dejado un "agujero en el corazón" (¿defecto septal?), y de su carácter progresivo. Tampoco sabemos si se le sometió a trasplante de médula.
La situación de esta paciente ha llegado a un límite en que la mediación resulta incapaz de mantener un funcionalismo cardíaco aceptable y se impone el trasplante de corazón. Siguiendo la norma habitual, los doctores han explicado a la chica la índole de la intervención y sus riesgos; a los intrínsecos a este tipo de cirugía, se añade aquí el de reactivación de la leucemia por la misma medicación inmunosupresiva que debe recibir para conseguir tolerancia del injerto.
La enferma se ha opuesto con firmeza al pretendido trasplante, y sus padres (cuyo criterio es necesario para apoyar las decisiones de esta menor) han mostrado su conformidad. No así los médicos, que pidieron una decisión judicial en este contencioso que, aunque hubiera sido favorable a la enferma, no ha llegado a consumarse porque una asistente social ha comprendido las razones de Hannah y ha aconsejado a los clínicos retirar su demanda.
Este caso ha producido reacciones de diversa índole, la más frecuente la que afirma que se ha respetado el "derecho a morir" de Hannah Jones. A mi juicio, no hay tal: la chica ha decidido, siguiendo el principio de autonomía, no someterse a un tratamiento complejo porque, según sus propias palabras, "ya ha estado demasiadas veces en el hospital". No puede hablarse de suicidio, ya que ella no desea morir, sino simplemente no seguir un camino difícil, doloroso y con no demasiadas posibilidades de éxito. Y nadie le va a proporcionar un recurso para acelerar la muerte, sino dejarla disfrutar de la vida el tiempo que Dios lo permita.
Lo de "llevar el agua a su molino", se cumple una vez más. Máxime en este tiempo en el que las aguas turbulentas de la eutanasia amenazan seriamente sumergirnos.
Esta nueva pauta se ha puesto de manifiesto en forma nítida y dramática en el caso de la adolescente británica Hannah Jones, quien ha rechazado de plano el consejo médico de trasplante cardíaco. Hannah sufrió una leucemia aguda (calificada de 'rara') a los 5 años, que obligó a un complejo y prolongado tratamiento, como consecuencia del cual quedó afectado su corazón de forma indeleble. Ignoramos muchos detalles sobre este caso: el tipo de leucemia (la más frecuente en esas edades es la linfoblástica aguda, pero aquí se habla de variedad rara); la índole de la terapia antiblástica aplicada (quizá incluyera alguna antraciclina, como adriamicina o idarubicina, de reconocida cardiotoxicidad), y la naturaleza de su cardiopatía aunque se habla de que había dejado un "agujero en el corazón" (¿defecto septal?), y de su carácter progresivo. Tampoco sabemos si se le sometió a trasplante de médula.
La situación de esta paciente ha llegado a un límite en que la mediación resulta incapaz de mantener un funcionalismo cardíaco aceptable y se impone el trasplante de corazón. Siguiendo la norma habitual, los doctores han explicado a la chica la índole de la intervención y sus riesgos; a los intrínsecos a este tipo de cirugía, se añade aquí el de reactivación de la leucemia por la misma medicación inmunosupresiva que debe recibir para conseguir tolerancia del injerto.
La enferma se ha opuesto con firmeza al pretendido trasplante, y sus padres (cuyo criterio es necesario para apoyar las decisiones de esta menor) han mostrado su conformidad. No así los médicos, que pidieron una decisión judicial en este contencioso que, aunque hubiera sido favorable a la enferma, no ha llegado a consumarse porque una asistente social ha comprendido las razones de Hannah y ha aconsejado a los clínicos retirar su demanda.
Este caso ha producido reacciones de diversa índole, la más frecuente la que afirma que se ha respetado el "derecho a morir" de Hannah Jones. A mi juicio, no hay tal: la chica ha decidido, siguiendo el principio de autonomía, no someterse a un tratamiento complejo porque, según sus propias palabras, "ya ha estado demasiadas veces en el hospital". No puede hablarse de suicidio, ya que ella no desea morir, sino simplemente no seguir un camino difícil, doloroso y con no demasiadas posibilidades de éxito. Y nadie le va a proporcionar un recurso para acelerar la muerte, sino dejarla disfrutar de la vida el tiempo que Dios lo permita.
Lo de "llevar el agua a su molino", se cumple una vez más. Máxime en este tiempo en el que las aguas turbulentas de la eutanasia amenazan seriamente sumergirnos.
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