Somalia
En Somalia, más de un millón de personas se han visto obligadas a huir de sus hogares. Dos de cada cinco niños no llega a cumplir los cinco años y una de cada diez mujeres muere en el parto.
Tras la caída del régimen de Siad Barre en 1991, el Estado se deslizó por la pendiente de la descomposición, con una guerra civil incesante dominada por los señores de la guerra, en uno de tantos conflictos olvidados del planeta. A todo esto se une la carestía de los alimentos y una prolongada sequía. Según los cálculos de la ONU, alrededor de 3,2 millones de somalíes necesitan asistencia alimentaria.
Los que huyen de este infierno no tienen otra opción si quieren seguir viviendo. El drama es que el infierno no termina en las fronteras de Somalia. Así, quienes no pueden dirigirse a Kenia, donde suman ya más de doscientos mil refugiados, arriesgan sus vidas tratando de cruzar el Golfo de Adén rumbo a Yemen. Más de cuarenta y cinco mil personas intentaron esta travesía en 2008. Un informe de Médicos sin Fronteras relata las penalidades, humillaciones y condiciones terribles a las que se ven sometidas estas personas. Muchos mueren asfixiados o ahogados antes de llegar a la orilla, al ser lanzados al mar por las mafias que les llevan.
Nada de esto sitúa a Somalia en el primer plano de la escena internacional. Si nuestra pateras, las que nos llegan a nuestras costas, apenas ya pesan en la opinión pública, salvo en forma de frías estadísticas, instrumentalizadas además para el absurdo debate del efecto llamada, imaginen lo poco que importa al mundo desarrollado esta sangría humana entre tantas otras del continente africano. Bueno, no importan salvo que nos afecte directamente, como ocurre ahora con el secuestro del Alakrana. Entonces sí, empezamos a mirar hacia ese escenario, claro que con una mirada miope que no ve más allá de lo inmediato y con un enfoque de consumo doméstico.
Por supuesto, lo urgente es liberar a los pescadores, pero lamentablemente el suceso no se aprovecha para conocer más sobre lo que está ocurriendo en esa parte del mundo y la responsabilidad que tienen todos los actores que intervienen, entre ellos occidente. Numerosos barcos extranjeros, de diferentes nacionalidades, no sólo han esquilmado las costas de Somalia sino que las han utilizado para deshacerse de desechos peligrosos, tóxicos e incluso nucleares. Organismos de la ONU han denunciado que estas actividades ilícitas han esquilmado y contaminado el mar, y han dejado a las comunidades costeras sin alternativas ni recursos. Esto no convierte a los piratas en una especie de Robin Hood, porque no lo son, parecen más bien mafias a las que importan más el dinero que otra cosa, pero si creemos que las situaciones de opresión y miseria como la que vive Somalia no nos va a salpicar, mal vamos.
Muchos han convertido esto en una cuita interna más: que si seguridad privada o ejército, que si la armada tiene que intervenir o no, que si el gobierno se precipitó al traer a dos de los piratas, etc. Para la oposición, esto no es más que una oportunidad más para desgastar al gobierno. Como diría Rajoy, previsible. Y para el gobierno, esto es un contratiempo que hay que solventar cuanto antes para que no vaya a mayores. ¿Y del fondo quién se ocupa? ¿Quién dice a la opinión pública la verdad de lo que pasa?
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