La verdad es que llevamos años pidiendo que las navidades pasen lo más rápido posible, que esos familiares de los que siempre rajamos causen el menor daño posible en nuestra bodega y despensa y que los regalos de reyes no sean tan absurdos por su precio… Hemos clamado al cielo para poder estar lo más lejos posible de la familia durante estas fiestas navideñas; así, en general , sin distinguir de la familia política o la natural.
Y ahora que lo hemos conseguido (Esta Navidad, series por un tubo y a las doce como mucho, a la cama), nos ponemos sensibles y nos da la vena entrañable.
Resulta impresionante, pero ahora adoramos a esos familiares ( no digo los parentescos porque cada uno los tiene diferentes) como nunca nadie lo había hecho en los últimos 500 años. Eso sí, en secreto. Y resulta que no podemos vivir sin ver a todas esas personas que hace unos días no podíamos ni ver.
Ya no importa tener que pagar una mariscada para que un familiar tragón se ponga hasta las trancas sin apenas respirar. Y no pasa absolutamente nada si ese familiar que todo lo sabe y todo lo toca y todo lo dice y todo lo fastidia, se pone ciego de copas y que, por supuesto, las paga el dueño de la casa , que nunca es él.
El año que viene si las cosas han cambiado ya y podemos hacer algo parecido a lo que hacíamos hasta el pasado año, más de uno se va a arrepentir de lo que está diciendo ahora entre tanta pena por no tener unas navidades normalitas.
Volverán a escucharse los lamentos de siempre. Y es que el jamón sigue siendo caro y no gusta mucho que se lo coman los demás.
Así que si tienes el jamoncito, te lo comes tú y no la liemos.
Suerte a todos.