Sus palabras saben a miel. Es esa miel azucarada y de color indiferenciado entre el verde libado y fruta del tiempo, cuyo proceso de alambique industrial deja una resaquilla con olor a pañales sin estrenar.
Las abejas, animales en extinción según los apicultores avezados, se sienten extrañas ante el contenido de un envase que dice llevar el producto de su cosecha en el intestino de cristal. La transparencia, a simple vista, parece reconfortar al igual que las falsas sonrisas. No nos engañemos, esas sonrisas encierran algo que, entre probetas y utensilios de laboratorio, han sido elaboradas queriéndose acercar a lo natural pero, sin embargo, no es sino moneda de cambio.
Cuando me aproximo a Usted, no puedo por menos de sentir un escalofrío que aún he de descifrar. No está claro si pertenece a una natural repulsa de clase diferenciada o se trata simplemente de una animal e incontrovertible desazón que, naciendo de lo más profundo, resucita la aversión cavernaria ante lo que no tiene solución: su estatus.
Me gustaría, si le soy sincero, reconfortarme con el delicioso e íntimo placer de un paladar sano, vigorizante, natural, al punto de poder identificar el producto base resultado del afanoso hacer de esas pequeñas criaturas que tantas delicias proponen a través de su constante y laboriosa tarea.
De flor en flor, las abejas, sabiendo bien donde está la fuente de la vida, recogen el producto que tan sanas propiedades tiene, para luego, en manos cuidadosas, depositar el resultado de su íntima producción al abrigo de los mejores degustadores de excelencias.
Sin embargo, como decía, sus palabras y consecuentemente los hechos que de ellas se derivan, se quedan sistemáticamente, por definición o por dictamen químico, en aquel universo de indefinición y acromática tonalidad que en nada atrae a quien no se deja engañar por las apariencias.
Sr. Delegado, ¿será verdad que tiene tantos jefes como dice? Quien haya tenido el acierto de ponerle a la cabeza de su cualificado enjambre, quizá no se dé cuenta del axiomático desconcierto que reina en el colectivo y que quita votos al sabor y pureza del contenido.
Entre sabores y palabras, sólo se me ocurre una comparativa que pudiera aproximar lo que la metáfora no alcanza y que podría resumirse en uno de los históricos y trillados, pero no por ello menos ciertos… refranes: “Obras son amores y no buenas razones”.
Nada pareciera más próximo que un refrán cuyo paralelismo y sintaxis concuerda con la función que desempeña, dado que las obreras, dentro de la clasificación rutinaria de la “Apis mellifera” o abeja común, son las que dan el ´callo´, o al menos deberían darlo.
Si le soy sincero, no soy muy partidario de los refranes, pero ante los escasos recursos que al final suelen quedarle a uno, ante tanta apariencia intransigente y entre tanto revoloteo y agitación de alas, aludo a la vetusta sabiduría con la esperanza de que le llegue el mensaje.
Pero claro, el mensaje sin sabor no tiene sentido. Imagino que, dentro de la rutina diaria, ya se habrá acostumbrado a filtrar los ingredientes patógenos en el proceso selectivo de su actividad. Parece que esto es la tónica general, no sólo patrimonio de Usted.
Como factor habitual de aquél libado, la genética parece indicar que la selección se encuentra entre la natural y aparentemente esquizoide actividad obrera y la sensible floración primaveral, instalada por derecho, cuyas orientaciones son determinantes para el bien común, tanto del enjambre como de los paladares.
A fuerza de ser políticamente correcto, sobreentiendo que Usted entiende lo que con este juego de palabras se quiere dar a entender. Al menos, en igualdad de capacidades y dentro de las múltiples y variadas fórmulas de expresión de las que el ámbito literario goza, el contenido subyacente suele hacerse evidente para quien es capaz de leer entre líneas.
Por si acaso, me permito ilustrar el presente lío de palabras con la gráfica al uso, que más o menos acertadamente y con toda humildad, le dedico.
Verá Sr. Delegado, no soy su oponente. Al contrario, soy simpatizante de la colaboración y un defensor de los buenos sabores, tanto que me apremia la necesidad de solicitar de su servicio, una mayor disponibilidad a convertir en acto lo que promete, para no tener que seguir utilizando metáforas, para no dudar del color y, sobre todo, para que degustando el sólido elemento de su trabajo, aquél sabor no me lleve a engaño.
Arcos
Sr. ‘Delegado’
"A fuerza de ser políticamente correcto, sobreentiendo que Usted entiende lo que con este juego de palabras se quiere dar a entender..."
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