Hay cosas eminentemente transparentes como el fútbol, todo el mundo mira la pantalla, oye radiar los partidos. Tiene comentaristas, periodistas especializados en sacar todos sus trapos sucios, por radio, televisión, prensa. Diríase que lo sabemos todo sobre él, pero sin embargo tenemos conciencia de que se nos escapa mucho.
Lo mismo puede decirse de la violencia de género. Conviven con nosotros parejas a las que creemos conocer, hombres a los que calificaríamos de buenas personas, hasta que un día se llevan a sus hijos a su finca y les meten fuego. Luego a la madre qué le queda, la rabia infinita, la más negra de las penas y la impotencia.
Pero hay un espacio, pequeño, que puede llenarse de solidaridad. Hay parejas cuyas discusiones traspasan las paredes. Donde se hace evidente que hay golpes, donde los niños lloran y piden a voces que alguien llame a la policía. En esos momentos el temor al violento se traspasa de una vivienda a otra y sólo se reza para que pare pronto. No se reúne el suficiente valor para llamar a la policía y luego el sujeto sepa quién llamó. Quizá uno solo no, pero varios vecinos juntos podían ponerse de acuerdo para denunciar. Quién sabe si de esa manera puedan librarse de la culpa de saberse testigos el día que ocurra una tragedia.
Reclamar la solidaridad para la violencia de género no parece mucho, pero lo es. Puede parar los pies al violento, hacerle saber que sus víctimas no están aisladas que pertenecen a un grupo que vela por ellas. Él dejará de sentirse impune porque la policía tomará cartas en el asunto. La familia que es posible que desconozca los hechos puede ejercer también su parte de responsabilidad.
No es lo único, para luchar contra esta lacra se necesitan todas las armas del estado, se necesita educación, se necesita feminismo, etc. Pero el paso solidario es muy importante.
En las reuniones que guardan el minuto de silencio, siempre habrá alguien que calla y que sabía, que reza por la víctima y se culpa de su falta de valor. Ojalá la sociedad entera se hiciera fuerte para impedir que pase esto, se pide valentía a las víctimas cuando a su alrededor hay testigos que no se atreven a hacer nada.
Todos estos son pasos previos a la rabia infinita, al momento a partir del cuál ya no hay nada más que hacer, en el que todo se llena de impotencia y de pena negra.