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Viernes 08/11/2024
 

Curioso Empedernido

Sin parar de aprender

Estamos en permanente aprendizaje, observando, viendo y escuchando que hacen los demás, adquirimos conocimientos, valores, desarrollamos habilidades y actitudes

  • Juan Antonio Palacios. -

Estamos en un permanente aprendizaje, observando, viendo y escuchando que hacen los demás, adquirimos conocimientos, valores, desarrollamos habilidades y actitudes. En ese no parar de aprender, a veces lo hacemos sin darnos cuenta. Tal vez a nuestras edades, por mucho que nos retrotraigamos y demos marcha atrás para situarnos al inicio de nuestras vidas, no recordaremos con precisión como aprendimos a caminar o a hablar.

Sin embargo, si tendremos clara como si lo estuviésemos viviendo en estos momentos, los recuerdos acerca de cuando vimos por primera vez algún lugar de nuestra infancia y cómo y dónde jugábamos, o como nuestro abuelo era el único con paciencia para llevarnos a la barbería para que Pepe el peluquero tuviera el valor de pelarnos, por muchos gritos que diéramos y escándalo que formáramos.

También aquel balón de badana con cordones, que nos dejaba las señales cuando rematábamos de cabeza, aquellos botes irregulares en el suelo cuando lo desplazábamos con nuestros pases a los compañeros, y aquel esférico de reglamento, cuyo dueño era el que tenía el poder de hacer las alineaciones.

Y aquellas bancas de madera corridas que tan bien sentaban cuando era invierno y hacia frio o que tan agobiantes resultaban cuando apretaba el calor, y no sabíamos cómo colocarnos cuando recitábamos la tabla de multiplicar o los ríos y cabos de España.

Por cierto, viene a mi memoria de manera asociativa, aquella niña de ojos grandes, que siempre se caía, quizás debido a su desnutrición, y que, con la crueldad característica de la infancia, le pusieron de apodo, “El 13, la mala pata”. Ella, sin embargo, más que llorar, sonreía y le encantaba bailar, como si fuese una danzarina del Ballet de Moscú. La suerte, me consta que es su compañera y disfruta con su felicidad.

También está en el primer plano de mis recuerdos aquel niño que era el terror del barrio, y que, a pesar de su delgadez, sembraba el pánico entre los demás, cuyos padres iban diariamente a protestar a su casa, con el estribillo de la repetitiva canción,” Su hijo me ha pegado”. El tiempo dulcifico su carácter y lo convirtió en una persona amable y comprensiva.

Uno de mis recuerdos más duros, era la tortura que suponía que mi madre me levantase cada día. Me propinaba pellizcos, me tiraba agua, me hablaba fuerte a los oídos, pero no había forma de que me despertara. Recuerdo una mañana que, tras despertarme, me volví a dormir haciendo el pino, y por fin a empujones y sin apenas desayunar me levanté y corriendo como una fórmula uno me fui disparado al Colegio, llegando por los pelos, antes que cerraran la puerta.

Resulta un grato recuerdo los años de instituto, los partidos de fútbol, y sobre todo de balonmano, al que mis amigos de aquellos tiempos dicen que no lo hacía nada mal. Un momento importante en mi vida fue el irme a estudiar a Madrid, emanciparme y administrarme, teniendo en cuenta que estudiaba por becas.

Cuando volví, encontré a una preciosa compañera, con la que todavía comparto mi vida, y que crecimos y aprendimos juntos a gestionar nuestras emociones, madurando como adultos y viviendo los mejores momentos de nuestras vidas. A lo largo de todo este tiempo no hemos parado de aprender, teníamos ganas y modelos, pero sobre todo supimos nutrirnos de nuestros errores, haciendo no solo el tiempo, el espacio y los demás pasarán por nuestras vidas, sino que éstos pasarán por nosotros, Con nuestra experiencia, descubrimos muchas cosas, memorizamos otras muchas y siempre fuimos receptivos y abiertos para no parar de aprender.

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